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Eszenak

Pasolini, un tumor en el cuerpo del teatro

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Hay que resistir con el escándalo y con la rabia, más que nunca, ingenuos como bestias en el matadero, escupir contra la irrealidad que han elegido como única realidad», escribió Pasolini en el largo poema autobiográfico «Who is me». El poeta de los bajos fondos, de la mala vida de los desesperados, de ese mundo suburbial de miseria neorrealista, se revolvió rabioso contra el proceso de masificación y de aculturación que el salvaje advenimiento de la sociedad de consumo capitalista produjo en las clases populares y en los jóvenes especialmente; ese despojamiento de la cultura popular y su cambiazo por la cultura pop o de masas. De «mutación antropológica» lo calificó.

Nacido en 1922, año de la llegada de Mussolini al poder, y expulsado en 1950 del PCI por maricón y pervertido, Pasolini siempre fue un grano en el culo de todo poder, una sufriente contradicción, y en sus últimos años, hasta aquella madrugada del 2 de noviembre de 1975 en que fue oscuramente asesinado en un descampado de Ostia, un deliberado cordero del sacrificio lanzado en una vertiginosa espiral de lucidez desesperada y autodestructiva.

Pasó primero por la poesía y por la novela como un vendaval; a partir del 61 persiguió hacer un cine de poesía frente al cine de prosa; en el 65 sintió la necesidad de crear personajes para recuperar por su intermediación su voz poética. Aquel año escribió sus seis tragedias, si bien estuvo dándoles forma hasta su muerte, por eso las consideraba «casi póstumas». «Fabulación», «Calderón», «Porcile», «Bestia de estilo» y «Orgía». Piezas que dinamitaban los límites de la tragedia y se convertían en un tumor en el cuerpo del teatro. Su teatro no reflejaba costumbres, sino abismos. En el 68 lanzó su Manifiesto por un Nuevo Teatro en el que demandaba un Teatro de la Palabra enfrentado tanto al teatro tradicional y oficialista -Teatro de la Charla- como al de vanguardia -Teatro del Gesto y del Grito-. Poesía oral convertida en ritual por la presencia física de los actores. No le gustaban nada los actores profesionales.

Desde hace unos días, el madrileño Festival Escena Contemporánea le dedica su Ciclo Autor, en el que se pueden ver algunas de sus obras. En una de ellas, esa relectura dialéctica de «La vida es sueño» y homenaje a la España cautiva que es su «Calderón», un personaje dice: «Esas son las palabras. Pero, ¿y la realidad? La realidad no puede decirse, sino sólo representarse». Y la Sombra de Sófocles remata: «El hombre se da cuenta de la realidad sólo cuando se la ha representado. Y nada la ha representado mejor que el teatro». Justo unas horas antes de su asesinato, Pasolini fue entrevistado: «Pretendo que mires alrededor y te des cuenta de la tragedia. ¿Cuál es la tragedia? La tragedia es que ya no hay seres humanos, hay extrañas máquinas que chocan unas contra otras». Didáctica y caótica a la vez, su obra es un desesperado intento de vitalidad, una rabiosa mirada esperanzada y agónicamente nihilista a un tiempo; «la apoteosis de lo inasumible», la definió alguien. Pocos han llegado tan lejos.

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