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Imanol Galfarsoro Universidad de Leeds (Inglaterra)

Porque tenemos todo el derecho del mundo

Como en los tiempos de los «demos» griegos, si en algún lugar se materializa la verdadera universalidad democrática no lo es tanto en el discurso aparentemente tolerante y cívico oficial, sino más bien en la identificación de lo universal con la situación particular de los excluidos

La política propiamente dicha comienza con los demos de la Grecia Antigua. Ante la imposibilidad de ocupar una posición concreta en la estructura socio-política de su tiempo, los demos no sólo actuaron contra los que ocupaban el poder y ejercían el control social (contra la oligarquía y la aristocracia); tampoco se limitaron a reivindicar que su voz debía ser escuchada, es decir, su lucha no se redujo a protestar contra la exclusión que sufrían para ser aceptados en el espacio público en condiciones de igualdad. Excluidos y sin posición concreta en la construcción social y política imperante, los demos también reclamaron para sí mismos la capacidad de representar tanto a la sociedad en su totalidad como la verdadera universalidad: nosotros (la «nada» que no cuenta para «nada» en el orden socio-político), nosotros somos el pueblo, nosotros somos el «todo». Al contrario de aquellos que sólo representan sus propios intereses y privilegios, nosotros somos la voz del pueblo en su conjunto.

En la aparente complejidad del mundo contemporáneo, las cosas se nos aparecen bajo la forma directa de su contrario. En nuestro caso no hace falta indagar demasiado bajo la fina capa superficial que cubre la política vasca actual para cerciorarse de tal paradoja. Así las cosas: quien pontifica incesantemente sobre el respeto tolerante al diferente es, al mismo tiempo, el máximo promotor de la intolerancia, la exclusión y la ilegalización; quien reclama para sí mismo las virtudes democráticas del universalismo cívico, abierto, transversal y cosmopolita, quien dice situarse al margen de las obsesiones identitarias del otro, «étnico» y «tribal», es el exponente principal del particularismo cerrado y unidimensional, desprovisto, precisamente, de esas credenciales democráticas que se atribuye a sí mismo de forma absoluta, dogmática y fundamentalista.

Sin embargo, como en los tiempos de los demos griegos, si en algún lugar se materializa la verdadera universalidad democrática no lo es tanto en el discurso aparentemente tolerante y cívico oficial, sino más bien en la identificación de lo universal con la situación particular de los excluidos. Es decir, la referencia a lo «universal» se materializa por medio del componente «concreto» al que se impide materializar plenamente su identidad política «particular».

Los demos no ocupaban el lugar de la universalidad porque representasen o no a la mayoría de la sociedad, ni tampoco porque ocuparan o no la posición más baja en la jerarquía social. Más bien, los demos ocupaban el lugar de la universalidad porque no poseían un lugar propio, porque eran «la parte que no podía tomar parte». Del mismo modo, en el orden político excluyente que (in)forma la sociedad vasca oficial, es precisamente porque no poseemos un lugar propio, porque somos la parte que no puede tomar parte, que nosotros -«los ilegales/ilegalizados y excluidos»- reivindicamos directamente la verdad de la universalidad.

Partiendo como partimos de nuestra propia posición parcial y particular, el problema, por lo tanto, no es que nosotros seamos los «extremistas», o los radicales y violentos cuya posición debe ser neutralizada. Al contrario: nuestra posición «extrema» es la única capaz de formular la verdad de la sociedad vasca actual. O dicho de otro modo: no se trata de negar que en la actualidad constituimos la minoría. Pero de ello no se desprende que nuestra perspectiva es tan sólo una entre tantas más. O, peor aún, que desde la «verdad democrática» de la mayoría es incluso legítimo querer marginalizar nuestra verdad «autoritaria» y «violenta» por medio de la ilegalización.

Quienes promueven y aceptan la ilegalización y la marginalización, o quienes sin aceptarla la asumen desde sus posiciones supuestamente «tolerantes», «pluralistas» y «abiertas» deben saber lo siguiente: somos nosotros quienes ocupamos, y a nosotros nos corresponde, la posición única de articular la verdad política de la situación actual. La verdad fundamentalmente antidemocrática, intolerante y monolítica de «esa» sociedad vasca oficial sólo se puede percibir y desenmascarar desde el margen extremo de nuestra radicalidad demócratica.

Resumiendo: en lugar de excluirse una a otra, la verdadera universalidad y nuestra posición particular van unidas, son complementarias y se condicionan mutuamente. La universalidad se afirma y articula desde y en torno a nuestra situación concreta de marginalización e ilegalización. ¿Pero cómo exactamente? Pues en esta coyuntura precisa, y siendo como somos «la parte que no puede tomar parte», tomando la parte entera, el todo por la parte. Hablando, con todo el derecho (de los excluidos) del mundo, en nombre de toda la sociedad vasca. Reclamando Democracia para sus 3 Millones de habitantes. Anulando con nuestros votos de oro a aquellos que validan la discriminación.

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