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Análisis | Ocupación de Afganistán

La cercana primavera incrementará la violencia hasta Kabul

El pasado fin de semana se cumplió el vigésimo aniversario de la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, que siguieron el mismo camino que un siglo atrás tuvo que emprender el colonialismo británico. En pleno siglo XXI, podemos hallarnos ante una repetición de la historia, porque el país asiático siempre ha rechazado cualquier intento de ocupación.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La llegada de una nueva privamera a Afganistán ha puesto en alerta a las fuerzas ocupantes sobre el avance hacia el norte de la resistencia talibán, que ya gobierna de facto en buena parte del sur del país. Los analistas advierten del riesgo de la estrategia intervencionista de EEUU.

Algunos analistas occidentales anuncian la vuelta de los talibán, como si hubiesen abandonado alguna vez Afganistán. Es en esa interpretación donde reside uno de los errores de partida que está abocando a los estrategas de la ocupación a repetir la historia. Como señalaba un gran conocedor de la región, desde 2001 son muchos los analistas de renombre que han fallado en sus predicciones y en sus enfoques acerca de la realidad afgana.

«El optimismo que mostraban estaba basado en falacias como que los talibán eran agentes extraños para aquella sociedad y que no contaban con apoyo local». En palabras de esos «expertos», tras la invasión de 2001 era «poco probable que una resistencia residual talibán se instale», al tiempo que auguraban «la desaparición de los movimientos islamistas radicales en Afganistán». Estas afirmaciones han contribuido a una falsa percepción de lo que realmente acontece allí y de ese mismo falso optimismo se han contagiado los responsables de la ocupación.

La fortaleza y el avance de la resistencia afgana han quedado reflejados recientemente en un importante documento del Consejo Internacional para la Seguridad y el Desarrollo (ICOS), que describe la situación a finales de 2008, resaltando que la llamada comunidad internacional puede estar ante las perspectivas más negras en Afganistán.

Afirman que desde 2005, el movimiento talibán ha ido incrementando su poder y su presencia, «siendo ésta permanente en un 72% del país» (un 25% más que hace un año). De hecho, la resistencia afgana es el Gobierno de facto en buena parte del sur del país, y su expansión está llegando a las puertas de la capital. Para el ICOS, esta situación evidencia que «la estrategia política, militar y económica de los talibán está teniendo más éxito» que la de las fuerzas de ocupación, y es la resistencia afgana la que «está dictaminando los términos políticos y militares actuales en Afganistán».

Su estrategia hasta la llegada de la primavera se ha centrado en tres pilares. Por un lado, el corte de las vías de suministro para las fuerzas ocupantes, sobre todo desde Pakistán. Estos cortes, con sabotajes a vehículos y robos de armamento, están obligando a EEUU y sus aliados a buscar rutas alternativas.

El segundo pilar es el cerco de Kabul. En estos momentos, sólo una de sus cuatro «salidas», una de las carreteras que va hacia el norte (el túnel Salang y Mazar), se considera «segura para el tránsito». De esa forma, la resistencia ha establecido bases a las puertas de Kabul, estrangulando de alguna manera a la capital e incrementando dramáticamente sus ataques allí.

Finalmente, tras los pasos anteriores, se presenta el intento de continuar avanzando hacia el norte, y probablemente la nueva campaña de la primavera centrará buena parte de sus esfuerzos en ese sentido.

Los errores de los ocupantes también han contribuido a la actual situación. Los fracasos políticos, las operaciones militares con víctimas civiles «colaterales», la ausencia de ayudas económicas efectivas para el desarrollo y la reconstrucción del país, son algunas muestras.

Desde hace tiempo EEUU y sus aliados presentan a la resistencia como una realidad dividida susceptible de fragmentarse. Es cierto que dentro de la misma coexisten diferentes organizaciones, siendo los talibán y el grupo Hizb-i islami de Gulbuddin Hekmatyar las más importantes. Pero los intentos por presentar a los primeros como una división entre «moderados y duros» es un craso error. Dentro de los talibán podemos hallar diversos puntos de vista, pero presentarlos como una potencial división o escisión es intentar ocultar la realidad.

Para Gilles Dorronsoro, conocedor de la región, «desde 2001 no se conocen grupos escindidos, y por el contrario, el movimiento talibán está mucho mejor organizado». La complejidad de sus recientes acciones y el cerco estratégico de Kabul muestran «una impresionante capacidad de coordinación».

Las coacciones a Pakistán para que incremente su presión a los talibán y a otros grupos, es otro de los guiones de Washington, al que parece abrazarse el actual presidente de EEUU. Si se sigue tensando la cuerda pakistaní en clave afgana, a medio plazo se puede dar un nuevo problema de dimensiones mucho mayores y con una mayor potencialidad desestabilizadora para toda la región. La compleja y delicada situación paquistaní podría convertirse en un polvorín a punto de estallar de seguir la estrategia intervencionista de EEUU.

El aplazamiento de las elecciones presidenciales es otra muestra del fracaso occidental en Afganistán. Toda la ingeniería política e institucional que se puso en marcha en torno al presidente, Hamid Karzai, hace aguas. La ausencia del Gobierno central fuera del Palacio Presidencial o de las bases extranjeras es un claro síntoma de lo descrito anteriormente. La caída en desgracia del propio Karzai y la ausencia de recambio para el mismo complican aún más los deseos de los ocupantes para materializar la «transición».

Otra alternativa que baraja la nueva Administración de EEUU es el incremento de tropas, pero el plan del general Davis Petraeus de aplicar la fórmula iraquí en Afganistán puede hallar muchos obstáculos.

Y es que en este contexto todos los actores, locales y extranjeros quieren su parte del pastel. Irán, aprovechando su ventajosa situación, estaría dispuesta a colaborar a cambio de contrapartidas, lo mismo que Rusia, que ofrece sus propias rutas alternativas. Tampoco se puede olvidar el acercamiento de India al Gobierno de Karzai o los movimientos de China, que recientemente invitó a una delegación de Jamaat-i-Islami (principal partido islamista de Pakistán) a visitar el país.

Los estrategas occidentales dicen que les es indiferente si en Afganistán se forma «una república, una monarquía o una teocracia», lo importante es poner a salvo su propios intereses. El propio Robert Gates ha reconocido recientemente que su plan de incrementar tropas supondrá «un auge considerable de las víctimas aliadas», sin mencionar el coste en vidas afganas.

La primavera llama a la puerta en Afganistán y la resistencia ha demostrado que la guerra asimétrica que mantiene le está dando importantes victorias. Además, las ventajas de conocer mejor el terreno, mantener estrechos lazos con la población local y la propia porosidad fronteriza auguran que las cosas pueden ir mucho peor para los ocupantes.

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