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Deseos, realidades y promesas electorales

Los candidatos a lehendakari o a ocupar escaño en el Parlamento de Gasteiz han pasado gran parte de la campaña electoral ocultando en sus discursos que en Euskal Herria existe un conflicto político y que, como en todo conflicto, existen al menos dos partes en liza. Claro ejemplo de ello es que apenas ha habido referencias a la exclusión de dos candidaturas y a la segregación de decenas de miles de ciudadanos por parte del resto de contrincantes, tanto por quienes se beneficiarán de ello como por quienes podrían verse de una u otra manera damnificados. Sin embargo, la mayor prueba de que el conflicto y su verdadera naturaleza quieren ser ocultados es que en un lugar donde existe un conflicto con graves consecuencias para la sociedad, la economía y la política, pero sobre todo para las gentes que viven en él, ninguno de esos partidos -con la excepción precisamente de aquellos que han sido excluidos- plantea como prioridad la resolución de ese conflicto en base a un acuerdo negociado y, por tanto, sobre bases reales y realistas. Y es que incluso quienes defienden las medidas de apartheid son conscientes de que esas medidas les pueden dar ventaja de cara a una futura mesa de negociación -o no, pensarán algunos mediadores y expertos internacionales-, pero que en sí no aportan nada a esa resolución.

Ayer, a raíz del atentado de ETA contra la sede del PSOE en Lazkao, los líderes políticos recordaron por qué se denomina al vasco «conflicto político». Ahora, también en elecciones, mostraron unánimemente cuál es su receta para la resolución del mismo: la disolución de ETA. No obstante, atendiendo a la historia de conflictos parecidos, esa receta es similar a otras promesas electorales como la excepción general de impuestos, la solución del problema de la vivienda partiendo de las políticas actuales o el advenimiento de un mundo mejor.

Los datos que los sondeos dan a la abstención muestran una sociedad totalmente escéptica sobre la capacidad de la clase política para resolver los problemas reales de la sociedad. Su incapacidad para discernir entre deseos, promesas electorales y realidades puede explicar, al menos en parte, ese escepticismo.

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