CRíTICA teatro
Las fechas sin memoria
Carlos GIL
En esta versión, José Luis Sáiz parte de la novela homónima de Amélie Nothomb, por lo que estamos ante un texto fronterizo, ante una dramatización de una situación muy compleja, una suerte de espiral de personajes, personalidad, de víctimas, verdugos, del yo, el super yo, la conciencia, de las circunstancias y transfiguraciones de la memoria, el tiempo. Y de fondo, un debate moral: ¿dónde está el sentimiento de culpa?
El espacio escénico, al colocar al público haciendo de figurantes de ese supuesto aeropuerto donde supuestamente sucede la acción, cosifica todo lo que sucede, abre una nueva pared para que entre la mirada, la presencia del otro, del espectador, por lo que todavía incide más en el desarrollo en espiral de los hechos narrados, de los encuentros cambiantes, del cambio de roles.
Lo que está conseguido sin lugar a dudas es el enfrentamiento, partiendo de un ocurrencia bien traída, los dos personajes o el desdoblamiento esquizoide de uno de ellos, el diálogo, los mensajes, los discursos filosóficos, el terror, el horror, los temas abordados van tejiendo una situación agobiante bien resuelta, precisamente por su tratamiento formal que huye del tremendismo para que las dudas planteadas lleguen nítidas, asequibles y, por lo tanto, capaces de despertar la inquietud en el espectador. Los dos actores brillan, se compenetran, logran la tensión y la atracción y, aunque el final parece precipitado y poco contundente, estamos ante un extraño y bello trabajo de teatro de texto, sicológico, profundo, con factura viable.