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ANÁLISIS Motín paramilitar en Dacca

El caos y la violencia, otra vez protagonistas en Bangladesh

El motín de la unidad paramilitar Bangladesh Rifles (BDR) ha devuelto a este país a las primeras páginas. Pese a la amnistía prometida por la primera ministra, Sheikh Hasina, la Policía ha presentado cargos contra un millar de sus miembros, para cuya captura se ha desplegado al Ejército.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La realidad social de Bangladesh, con más de 140 millones de habitantes, y más de un 40% de ellos viviendo bajo los umbrales de la pobreza, y dependiendo en buena medida de la ayuda e inversiones extranjeras, se encuentra sometida demasiado a menudo a las maniobras de una élite política y militar que ha dominado el país desde que logró la independencia en 1971.

La lucha por la independencia tuvo un gran coste en vidas. Desde esa fecha, la política ha estado marcada por la violencia. Así, los dos primeros ministros del nuevo Estado murieron violentamente, y entre 1974 y 1990 el país ha estado inmerso en constantes estados de emergencia o bajo la ley marcial.

Los intentos de buscar un progreso económico siempre han chocado con importantes obstáculos. La corrupción, el despotismo, el «mal Gobierno», son aspectos clave para entender la situación de las últimas décadas. Además, está la tierra, foco de importantes disputas en un país donde dos terceras partes de la fuerza de trabajo están empleadas en la agricultura.

Hay que prestar atención al sistema social imperante, semejante en buena medida al feudalismo, donde la ausencia de la ley y la impunidad son pilares básicos. Los famosos mastans (sindicatos del crimen organizado), y la utilización de goondas (bandas de ladrones) refuerzan la percepción de que gran parte de las relaciones sociales y de negocios del país están basadas en su «patrocinio» y control.

En ese contexto, la línea que separa política, negocios y crimen organizado es muy fina, lo que unido a la impunidad con que esos grupos han operado en el pasado, acrecienta el desequilibrio estructural de ese Estado asiático, reforzando la corrupción endémica y protegiendo a los que la organizan. Muchos de esos protagonistas mafiosos se han convertido en importantes hombres de negocio y otros han optado por entrar en política.

Todo ello repercute en el sistema político de Bangladesh. Los dos partidos mayoritarios, la Liga Awami (AL) y el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP), que se definen de centro izquierda y centro derecha, respectivamente, están ligados a dos importantes familias y los choques personales con raíces históricas han tenido su influencia en el desarrollo de los acontecimientos desde la independencia. Paralelamente, en los últimos años ha surgido con fuerza algún que otro partido de corte islamista.

En Bangladesh, la población es mayoritariamente musulmana, pero la raíces del Islam en este país proviene del sufismo, de cuya tradición ha incorporado muchos aspectos, al tiempo que no suponía una polarización religiosa en el escenario político. No obstante, la llegada de dos corrientes del Islam (el deobandismo de Pakistán e India y el wahhabismo de Arabia Saudí) va a alterar esa realidad. El dinero de las monarquías del Golfo Pérsico, el regreso de trabajadores desde allí y la experiencia de la guerra de Afganistán contra los soviéticos trajeron una radicalización del discurso islamista.

El auge de este islamismo conservador influye en los demás partidos, llegando a formar coaliciones, en el caso del BNP, y a moderar su discurso laicista, en el de la AL. Además, la irrupción de un partido como Jamat-e-Islami reforzó esa tendencia.

En los últimos años estas organizaciones islamistas se han convertido en un serio peligro para la estabilidad de la región, especialmente para India.

Algunos analistas anunciaban incluso la «talibanización del país», aunque a la vista de los recientes resultados electorales esta tesis parece haber sufrido un serio revés.

Las recientes elecciones en Bangladesh han supuesto la victoria abrumadora de la AL, que ha logrado, en alianza con otras formaciones, 262 escaños sobre 300, mientras que el BNP se ha quedado en 29 (tenía 193 hace ochos años) y los islamistas del Jamaat, con 2, tras perder 15. La alta participación de votantes jóvenes y mujeres, temerosos de que una alianza del BNP y los islamistas reforzara las posturas más intransigentes, ha sido una de los factores influyentes.

Además, buena parte de los votantes identifica al BNP con el Gobierno impuesto por los militares, y ambos son vistos como los responsables del auge de los precios y de los problemas energéticos. Asimismo, al BNP se le relaciona con la corrupción.

La AL ha sabido forjar una alianza clave y también ha sabido atraerse a los votantes antes mencionados, presentando «aires de cambio» frente a los corruptos y viejos líderes del BNP.

La reorganización de los distritos electorales ha permitido también romper esas redes de control que en el pasado estaban en manos de los poderes fácticos, planteando nuevas fronteras electorales que han servido para que la AL saque provecho.

Dos meses después de ser nombrada primera ministra, Sheikh Hasina ha tenido que hacer frente a un nuevo episodio de violencia: el motín protagonizado por los jawans (soldados) de los Rifles de Bangladesh (BDR), una fuerza paramilitar creada en 1795 con más de 70.000 hombres, encargada del control de las fronteras y también de impedir el contrabando y de colaborar con el Ejército y con otras organizaciones civiles.

La revuelta que ha conmocionado al país y que ha puesto en una difícil situación al nuevo Gobierno ha tenido varios orígenes. El rechazo de los BDR a que sus mandos pertenezcan al Ejército, sus menores salarios respecto a los militares y su no participación en «las lucrativas misiones de paz de la ONU» son algunas de ellas.

No se pude descartar que detrás de este movimiento haya existido la mano de los poderes fácticos y un serio aviso al nuevo Gobierno, que, de momento, parece que ha sabido resolver la crisis sin pagar un alto peaje.

Las clases medias urbanas, los medios de comunicación y la burocracia civil y militar siguen siendo los poderes fácticos, siempre dispuestos a aprovechar cualquier revés del Gobierno para intentar sacar beneficio. Mientras, la mayoría de la población sigue protestando por el incremento de los precios, los problemas energéticos, la inseguridad, la corrupción... y su frustración y su rabia puede volver a desembocar en nuevas huelgas generales, como las que en el pasado pusieron contra las cuerdas a más de un Gobierno.

El Ejecutivo tiene muchos retos y haría mal en confiarse en el colchón de votos recibido. En el pasado se han dado situaciones similares, con grandes victorias electorales, a las que han seguido períodos de violencia y crisis o cambio político, y los protagonistas han sido casi siempre el BNP o la AL, sin olvidar a los poderosos militares.

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