Antonio Álvarez-Solís periodista
En la frontera de la decencia
Ni los datos manipulados ni los grandes relatos sobre las elecciones reflejan la realidad vasca tal y como es. Para reconocer a este país es necesario escarbar en la realidad conformada por la «microhistoria» de sus gentes. Además de realizar esa labor, Alvarez-Solís ofrece un análisis de los escenarios que se abren. Como siempre, con la decencia por bandera.
Así empieza el editorial del principal periódico que tiene el tricéfalo mundo del Partido Popular: «Los vascos están de enhorabuena. Ha sucedido lo que este periódico pedía y quería que sucediese: que las urnas pusiesen fin a treinta años de nacionalismo». Vaya por delante mi certeza moral: ese periódico ha cruzado la frontera de la decencia. Como la ha cruzado, vociferando desde otra cabeza del PP, quien ha dicho con locura manifiesta que ha finalizado el «terrorismo» nacionalista. Dos obscenidades manifiestas que si sus autores las han expelido con convencimiento de ser admitidas hablan de una clamorosa pobreza intelectual por parte de los recipiendarios de tan toscas barbaridades. Ya sé que España, considerada en sus estratos poderosos, es roma de ingenio y débil de razón, pero aún tengo la esperanza de que un determinado número de españoles sepan distinguir entre la farsa cortesana y la realidad. Creo eso, además, no como resultado de un análisis severo sino por la urgencia que tengo de hallar en mis adversarios un mínimo de luz que nos permita leer juntos en el mismo libro de los hechos aunque sea a la búsqueda de consideraciones distintas. ¡Qué panorama, que desmelenado panorama al pie de estas manipuladas elecciones vascas!
Se trata, repito, de decencia; o mejor aún, de indecencia. Acudamos al diccionario: «Indecencia.- Falta de decencia o de modestia. Dicho o hecho vituperable o vergonzoso».
¿Quién puede sostener, a la vista de los hechos cotidianos e incluso con el resultado electoral en la mano que el nacionalismo ya no constituye el corazón de Euskadi? Sumemos los sufragios y el Euskadi nacionalista supera al Euskadi conformado por capas que ahora analizaremos. Añadamos, además, a esos sufragios más de cien mil ciudadanos que han sido eliminados del recuento por tribunales adversos a la vasquidad, por leyes inicuas y vacías de Derecho, por instituciones represivas que operan ya sin careta moral alguna. Sumémoslo todo y llegaremos a más de un 60% de vascos que respiran nacionalismo y que sueñan con la libertad de su pueblo. Ante este hecho terminante ¿acaso no es indecente jugar a un españolismo liberador, sobre todo dando a ese españolismo un aura de vasquidad?
Los expertos reales en estos estudios habrán de encuadrar su reflexión en términos de una verdadera psicología política. Me refiero a la vasquidad de no pocos votantes socialistas y de casi todos los votantes «populares». ¿No habrá un votante socialista que íntimamente no se resigna a ser plenamente vasco tras su asiento en Euskadi, donde él o sus antecesores plantaron su tienda de campaña para mejorar la escasa calidad de vida que tenían en su tierra de origen? A veces sucede que la mejora social alimenta una dolida carcoma de origen, algo parecido a un resentimiento acallado en la relativa plenitud que se adquiere. Si este análisis vale y lo suscito como ponderación del hecho electoral ¿estamos ante un voto vasco o ante un españolismo resucitado a la sombra de una democracia previamente falsificada y embutida de españolismo? Tentación posible de trabajadores.
Respecto a los vascos del Partido Popular ¿son gente de amor vasco o vascos de Corte y baile en Capitanía? La riqueza suele tender a la cortesanía. Ser alguien ante el rey ajeno abrillanta al que quiere cambiar la paternidad original por la colonial. El Imperio británico manejó esta suerte de habilidades con un éxito indudable. Cuántos hindúes o nativos africanos vistieron las casacas imperiales concedidas por Londres. Es más, cuántos de esos hindúes o africanos levantaron fortunas a la sombra del menosprecio hacia su origen. Tentación posible de brillantes cortesanos.
Sí, tentaciones posibles.
Pero los votos son los votos. Lo que hace falta es que no se cuenten como en intendencia: dos y dos son cinco y me llevo uno.
Euskadi es profundamente nacionalista. Una señora nacionalista de boina azul me confesaba en un aeropuerto que había prohibido a su marido asistir a un encuentro de la derecha vasca afinada por Madrid porque le molestaba profundamente la permanente ofensa española a la nación euskaldun, cuya sangre circulaba por sus venas. Uno aprende mucho de esos encuentros, en cuyo marco trabajan los expertos en microhistoria, tan necesaria para no extraviarse en los grandes decorados. Pero para aprender eso hace falta que el que aprende no espere que le premie el cuerno de la abundancia. Es un saber austero, de cínico griego sólo aspirante al rayo de sol interferido por el monarca.
Y ahora ¿qué hacer? De momento hagamos cuentas, que siempre es útil.
Gobierno de PSE con PP, aunque sea con el apoyo externo de los «populares». ¿Pueden los socialistas presentar eso en la calle, aunque sus seguidores hayan renunciado a la O de obrero? ¿Otra vez Indalecio Prieto enredando con su oratoria obrera para acabar renunciando en el exilio a su pasado pseudorevolucionario?
¿Otra vez un redondismo en la entrega definitiva? ¿Qué Euskadi nuevo generará realmente una falsificación tan antigua? Quizá algunos donativos de Madrid serán echados en el triste cepillo político, pero ¿con eso va a conseguir el pueblo vasco la plena decisión sobre sí mismo? ¿Es que los vascos solamente pueden mejorar si funciona la pipeline de un Madrid ya tan desnudo?
¿Gobierno del PNV con los socialistas? Esa solución equivaldría a morder la manzana envenenada por la madrastra. Y ya sabemos lo que lloraron los enanitos ante final tan desgraciado. Además, no cabe engañarse: el lehendakari Ibarretxe ganó esas elecciones, a pesar de que en su familia política molestaron los hijos pródigos, que ahora precisarán agradecerle al padre el buey cebado y las sandalias doradas.
Gobierno en minoría. Que es el camino a la nueva convocatoria de elecciones, urgente si el Gobierno es socialista; más sosegado si es de Ibarretxe.
Algo que en estos cálculos ha de anotarse en la columna del «debe»: hay que rescatar para la recta gobernación de Euskadi la libertad del abertzalismo de izquierda. En esa tarea habrán de estar los comunistas, sin más compromiso que el debido a la nación vasca que aspira a un futuro realmente socialista. En esa tarea han de imponerse las bases del PNV. En esa tarea ha de recomponerse EA. En esa tarea ha de entrar, sin encajes teóricos, Aralar. En esa tarea han de estar, como están ya con visión política, los dos poderosos sindicatos abertzales, porque el sindicalismo vasco precisa el suelo nacional vasco.
Hay que formularse con honradez la pregunta íntima en cada ciudadano: ¿constitucionalismo o nacionalismo? Más simplemente: ¿vasquidad o españolismo? Las aguas enturbiadas por los manejos de los aparatos políticos hay que clarificarlas con una voluntad de poder social. El nacionalismo significa la capacidad para construir una estructura alimentada continuadamente por la nación. Lo otro, el constitucionalismo, seguirá siendo la náusea vasca, el suscitador de su violencia y de las otras violencias. Los números siguen saliendo nacionalistas. Sólo hace falta que todos los riachuelos acaben en el gran río. A mi me sale así la lectura de los resultados electorales. Las otras interpretaciones, de un imperialismo de guardarropía, me suenan a hurto o, cualificado con la violencia, a robo; pero siempre es complicado que roben las fuerzas del poder ocupante, porque esto produce un escándalo moral estruendoso. Hay que ser decentes.