Koldo Aldai Escritor
Deciden ellas
Ellas deciden. Son ellas las que acogen el latido y las que lo sostendrán hasta que cobre autonomía. A nosotros nos toca apoyar más que nunca a la compañera, ocupar la cabecera en el brotar del ser a los nueve meses, pero deberemos respetar la sagrada voluntad de la madreLa nueva legislación sobre la interrupción del embarazo que se tramita en el Congreso de los Diputados saca de nuevo este debate a la calle. Una vez más políticos y religiosos se apresuran a dictaminar sobre un tema que en más de un aspecto escapa a su dominio. El Estado cumple con su cometido al legislar sobre las facilidades médicas y sanitarias a conceder en el aborto, en función del sentir mayoritario de la ciudadanía, pero deberá abstenerse de penalizarlo en cualquiera de los casos. Son ellas, las madres, las que deciden...
A mayor deber, mayor derecho. La vida no tiene dueño, pero ellas la alumbran. El feto se aloja en su fascinante cueva, toma posesión de sus amorosas entrañas. Si el compañero falla, de ella será en última instancia el compromiso, de ella ha de ser también la última decisión. A nosotros nos toca cuidar y honrar a las madres, a las compañeras y a quienes traen en su seno. A nosotros nos tocará servir incondicionalmente, apostar fuerte para que la criatura asome la cabeza en ese mágico instante de gloria, preparar la fiesta de la vida una y otra vez renovada...
Nosotros aportamos semilla, pero son ellas quienes la acogen en su seno, quienes la hacen suya, quienes la cuidan, la gestan y fructifican... Se fundirán en uno y ella se dará por entero: sangre de su sangre, carne de su carne. Ella también anunciará el mundo a la criatura. La cantará, la arrullará hasta que, un día con forma ya humana, la dará a la luz. Pero la fiesta habrá de ser siempre en libertad.
Ellas deciden. Son ellas las que acogen el latido y las que lo sostendrán hasta que cobre autonomía. A nosotros nos toca apoyar más que nunca a la compañera, ocupar la cabecera en el brotar del ser a los nueve meses, pero deberemos respetar la sagrada voluntad de la madre.
Será precisa una educación que ponga más énfasis en la enorme responsabilidad que comporta el acto sexual, que en el «todo vale» de un libertinaje tan extendido. Será preciso que nuestra sociedad hedonista y desnortada empiece a inculcar a los y las jóvenes que el placer ha de ir unido al amor y el amor entraña también compromisos y deberes...
Honremos, cantemos a la vida en todas sus formas y colores, en todas sus manifestaciones. Protejamos la vida que surge en el seno de la madre, honremos también el valor de la libertad inalienable. Hagamos los posibles y los imposibles para que no se consuma ningún aborto. Creemos las circunstancias adecuadas para que ninguna mujer se vea abocada a adoptar tan triste decisión; pero respetemos la última palabra de ellas. Que ningún togado, ni purpurado se interponga en tan íntimo dilema.
Tan sagrada como la vida que lleva la madre en su seno es su libertad a salvaguardar. Las gentes, los pueblos, las naciones, las humanidades... sólo pueden crecer y evolucionar en un ambiente de plena y absoluta libertad. La libertad es el aire de las almas que pujan por alcanzar su más alto grado de realización.
Como es al principio es al final. En el alba y al anochecer respetemos siempre voluntades. No procede prolongar el último latido a fuerza de máquinas. Dicen los expertos que la tecnología médica actual permite mantener vivos a los enfermos vegetativos durante decenios. Eluana era sólo una de las 2.000 personas que en Italia están hoy en día en esa lamentable condición. A menudo se alarga la vida a costa de la dignidad. A menudo olvidamos que el alma retorna, más pronto que tarde, con otro vestido corporal, con otra canción de cuna en su oído, pero con un mismo anhelo de seguir creciendo.
No hay, por lo tanto, último latido para el alma, pero la Iglesia se sigue empeñando en que no callen los corazones. Ya puede estar el corazón envuelto en una ruina vegetal, que ese músculo deberá seguir ejercitándose por encima de todo. El Vaticano se niega a comprender que puede ser más cristiano desconectar un sonda que mantenerla conectada sin ninguna esperanza de que el paciente recobre siquiera facultades mentales.
Al atardecer junto al bosque del lago de Bushulo en las afueras de la gran ciudad etíope de Awasa, entre la sinfonía de los abundantes pelícanos, se puede escuchar a menudo el lloriqueo de los bebés recién nacidos abandonados por sus jóvenes madres. Ellas saben que las hermanas franciscanas que regentan un hospital contiguo se pasearán por el bosque y se harán cargo de ese gemido.
En la propia ciudad de Awasa, en Adis Abeba, la mujer que alberga vida en su seno pero que no tiene ni recursos, ni condiciones para alumbrar, sabe que hay una puerta que se les abrirá cuando la criatura que lleva dentro reclame el sol. Sabe que allí podrá dar a luz asistida y en paz, que podrá estar por tres meses con todas sus necesidades y las de la criatura cubiertas. A la entrada del pabellón de las Misioneras de la Caridad, nadie les preguntará por lo que no quieren, mucho menos aún por un dinero que no llevan en su bolsillo.
Hay una Iglesia silenciosa que puja realmente por la vida y su continuidad. Me quedo con esa Iglesia con rostro de mujer que se pasea por las barriadas pobres de tantos lugares del mundo, atenta a la madre desvalida para sostenerla, para ayudarla, para preservar la vida que lleva en su seno; que deambula por los bosques de niño y niñas abandonadas atentas al primer gemido. Me cuesta más acercarme a esa otra Iglesia con rostro de cardenales, más lejana al gemido, más presa de una nostalgia del poder del pasado, una Iglesia que sigue cercenando libertades ajenas y que se otorga facultades que Dios no le ha dado.
La asignatura pendiente de la jerarquía eclesiástica es asumir el valor excelso de la libertad. La vida es sagrada, pero ésta sólo puede desarrollarse en el marco de la suprema libertad.
Nada parece turbar el pulsar de los mares cuyo ritmo dicen que dictan los astros. Las olas nos hablan de la vida, que se pliega y repliega sobre la arena de los días. Viene y va, mas nunca se extingue. La vida humana puja también, impelida por el viento del amor y del deseo, hasta que nace a la luz y se consagra. Confiemos en la continuidad de la vida. Al igual que la ola, cogerá otra forma, pero, no nos quepa duda, siempre, siempre retorna, siempre explota...