Si a la realizadora alemana Doris Dörrie le hablan de coincidencias entre su película y «Lost in Translation» se pone a la defensiva, porque no quiere que comparen su trabajo con el gran éxito crítico que tuvo Sofía Coppola. Su viaje a Japón no habla de la incomunicación, según ella, sino de la recuperación del tiempo perdido en la vertiente paradisíaca de Extremo Oriente.

Por ello prefiere que la relacionen con el clásico del cine japonés «Cuentos de Tokio», del maestro Yasujiro Ozu, en cuanto que disecciona las relaciones familiares desde el punto de vista de las diferencias generacionales. La veterana cineasta se aleja así definitivamente de sus primeras comedias coyunturales, mediante una pretendida depuración de estilo que le lleva a profundizar en el género de drama existencial.

Retrata a un jubilado que intenta en vano acercarse a sus hijos, y que se encuentra todavía más solo tras el repentino fallecimiento de su mujer. En medio de la encrucijada encontrará el modo de seguir adelante al cumplir un viejo sueño que siempre había mantenido su esposa, ya que siempre quiso ir a Japón para practicar in situ el «butoh» y el «hanami», que son un baile de meditación y la contemplación de la floración de los cerezos, respectivamente.