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Raimundo Fitero

Interruptor

Cuando Fernando Arrabal tiene un buen vino a su disposición puede convertirse en un espléndido invitado, un espacio televisivo en sí mismo. Y no hace falta que se esfuerce, simplemente con contar algunas de sus anécdotas ya proporciona bastante más rasgos inteligentes que en siete sesiones y media de «59 segundos», el programa de debate político en el que se les puede ver las caras a los más conspicuos adalides de todas las reacciones pendientes, los periodistas más desinformadores aunque se jacten de estar muy informados. Es un programa que debe mantenerse pese a no disponer de unas amplias audiencias, pero la parte didáctica, es decir ese trasfondo en el que se le supone a los intervinientes que están defendiendo ideas, posturas, que hablan para entenderse, lo convierte en un espacio de servicio público, aunque esté tan maniatado por las presiones de los dos grandes partidos estatales, en ocasiones tan evidenciadas.

Arrabal aparece ahora con Buenafuente, «monsieur de Bonnefontaine» como le llama con énfasis, o «el interruptor» de manera más habitual y coloquial. Son minutos de absoluto delirio, de variado contenido, de un humor en ocasiones escatológico y en otros surrealista, pero casi siempre presidido no solamente por un canto al yo, sino por una entronación del super yo frente a ese yo televisivo y vulgar, del autor, del ajedrecista, del matemático y del contador de historias. Se trasciende a sí mismo, se mira y analiza, se comparte, y sabe controlar los tiempos televisivos como pocos, reparte los silencios, las divagaciones, las miradas fijas a las cámaras con maestría y lo hace con asuntos en ocasiones lejanos al común de los telespectadores, pero es un gran divulgador de las paradojas y en todas las ocasiones lo que parece ser un desastre narrativo acaba convertido en un final aleccionador.

A este magnífico dramaturgo y escritor le puede pasar que sea famoso pero que nadie haya leído nunca un libro suyo, ni visto una obra de teatro escrita por él. Es un peligro quedar en la memoria popular por sus divertidas apariciones televisivas que se producen desde la noche de todos los tiempos, cuando Sánchez Dragó todavía fumaba.

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