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El viejo vigilante, contra la violencia racial en el barrio

«Gran Torino»

El veterano Clint Eastwood vuelve a simultanear la dirección con la actuación, en la que tal vez sea su última presencia interpretativa en la pantalla. El hecho ha pasado totalmente desapercibido a los miembros de la Academia de Hollywood, que querían dar un aire novedoso a los Óscar. Pero el maestro sigue impartiendo lecciones de auténtico cine.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Clint Eastwood ha sido la principal víctima de la limpia que la Academia de Hollywood ha pretendido hacer para recuperar la audiencia perdida de los Óscar, porque su cine clásico no tenía cabida en una edición que buscaba novedades, fueran buenas o malas, a toda costa. Las nominaciones no llegaron para él y eso que había estrenado dos películas, a cada cual mejor. Pero a los académicos no les ha interesado ni la atmósfera de genuino cine negro que envolvía a «El intercambio», ni tampoco el viejo y rudo estilo actoral de «Gran Torino».

El gran público no se ha sentido atraído las primeras semanas de estreno por «Slumdog Millionaire», pero finalmente se lo han vendido a base de estatuillas y el negocio ha terminado por funcionar. En cambio, han tratado de enterrar a Clint Eastwood, de sepultarlo en el olvido de los que fueron y ya no son. He visto marginar a tantos cineastas de raza al final de sus carreras que toda esta operación me suena, paradojas de la vida, a rancia. Los fieles seguidores de Eastwood no vamos a dejar que esto ocurra, ya que lo vemos cumpliendo los ochenta años de edad con un jodido Óscar en la mano, como él diría.

Con «Gran Torino» vuelve el Clint Eastwood de siempre, el de obras maestras como «Ruta suicida», que la crítica que se tiene por seria jamás entenderá, ni falta que hace. En realidad, nunca les gustó y no fue hasta que triunfó en los Óscar con «Sin perdón» que le dieron su bendición, pero parecen ignorar que ese western crepuscular no surgió de la nada, que era fruto de un trabajo previo ejemplar.

Discurso honesto

Algún día comprenderán que el discurso de Eastwood no es ni de derechas ni de izquierdas, que se basa simplemente en la honestidad. De acuerdo con su trayectoria vital, este hombre no puede interpretar a sus 78 años a alguien que se confiesa de entrada progresista y que no alberga en su bagaje educacional tics racistas o machistas.

El bueno de Eastwood no trataría de engañar a sus espectadores a estas alturas, por eso asume un papel en principio tan antipático como el que le toca desempeñar en «Gran Torino». Algo tiene que quedar a la fuerza del policía fascista de «Harry, el sucio» o del militarista empedernido de «El sargento de hierro». Tampoco puede encarnar a un pecador que se arrepiente a las primeras de cambio, así que el joven sacerdote de la película va a tener que sufrir para conseguir redimir a tan resistente lobo solitario. Es la intuición la que siempre salva a nuestro políticamente incorrecto antihéroe, porque, de todas todas, llegado el momento de la acción, se pondrá instintivamente del lado del más débil, que es su forma innata de entender la justicia humana. En resumidas cuentas: no es solidario por convencimiento, sino por una reacción natural ante los abusos de poder que contempla.

Llevo tiempo sosteniendo que Clint Eastwood es el cineasta norteamericano más realista, o al menos el único que no idealiza bajo ningún concepto a los héroes de sus películas, cargados de defectos de forma, pero rescatables en su fuero interno todavía no del todo contaminado. Es así, porque es un hijo de la Gran Depresión, al que la actual crisis mundial no le va a pillar de sorpresa, en cuanto perfecto conocedor del siglo XX que es.

Al arisco protagonista de «Gran Torino» no le gusta nada la actual sociedad norteamericana, que ha perdido los valores que en algún periodo de su historia dijo defender, por lo que se refugia en un mundo de vigilante privacidad. Su único afán consiste en cuidar que nadie invada su territorio particular, en una vuelta a la mentalidad del Salvaje Oeste. Permanece estrechamente ligado al pasado a través de las dos únicas posesiones que atesora, que son el coche setentero que da título a la película y su rifle M1 de la Guerra de Corea. El automóvil en cuestión, que guarda en el garaje para sacarle brillo y acomodarse en su asiento delantero mientras saborea nostálgicamente una cerveza, es el símbolo de su etapa productiva, cuando trabajaba en la planta central de la Ford en Detroit. Y, respecto al arma, la lectura tiene que ver con el miedo al enemigo, si bien aquellos asiáticos contra los que tuvo que luchar son ahora sus vecinos, dentro de una situación que no deja de resultarle tan extraña como incómoda.

A pesar de que el personaje central de «Gran Torino» es un tipo egoísta y asocial, hasta que la violencia llama a su puerta y se ve obligado a tomar partido, acaba convirtiéndose a regañadientes en un héroe vecinal para las familias de inmigrantes asiáticos. El viejo gruñón sabe muy bien que los blancos, por ser blancos, no se llevan necesariamente bien entre ellos. Él mismo es el mejor ejemplo de esa disfunción, ya que se ha distanciado de sus hijos, a raíz de la pérdida de su mujer, porque ve en ellos un interés meramente material. De la misma forma, no tarda en percatarse que sus vecinos asiáticos son explotados por mafias de su propia raza, por lo que llega a empatizar con los que se sienten traicionados entre hermanos. Es así como toma bajo su protección al joven hijo de emigrantes laosianos, al que los matones del barrio quieren iniciar en su banda delictiva. Es una nueva guerra en la que los bandos ya no están definidos por las diferencias raciales, sino en base al uso de la fuerza como medio para obtener beneficios económicos ilegales. El alter ego de Clint Eastwood se defiende de esa presión criminal, a la vez que encuentra una nueva familia por la que luchar, ejerciendo como tutor o padre adoptivo de un joven inmigrante que le necesita.

 

EXPECTACIÓN

El mismo Eatswood adelantó que el sentido que esconde la película que ha dirigido es que «uno nunca es demasiado viejo para aprender a hacer lo correcto y sentirse afortunado con su vida».

INUSUAL

Walt Kowalski (Eastwod) es un veterano de la Guerra de Corea que en su vida laboral se dedicó al sector del automóvil. Años depués, su máxima pasión es cuidar su coche, un Gran Torino de 1972.

De cómo llevó el guión a Clint Eatswood

Cualquiera que vea «Gran Torino» pensará que el guión ha sido expresamente escrito para Clint Eastwood, pero el cineasta nunca intervino en su redacción, ya que ni siquiera sabía de su existencia. El autor del mismo es Nick Schenk, un trabajador de la construcción que lo escribió a mano durante sus horas libres en el bar al que suele acudir en Minneapolis, que es donde reside. Lo curioso es que no lo escribió pensando en el actor, pues hasta desconocía el detalle de que Eastwood había conducido ese modelo de coche dentro de la saga de «Harry, el sucio». Quiso el destino que el guión llegara a las manos del productor Bill Gerber, que había trabajado para Eastwood en la Warner, y fue quien se dio cuenta de que era una historia hecha a la medida del interprete de Harry Callahan. Es por esta circunstancia por la que en Internet se difundió el rumor de que «Gran Torino» era una quinta y última entrega de las aventuras del conocido personaje. Inmediatamente, Eastwood considero que era la oportunidad ideal para despedirse de la interpretación, y en un gesto que le honra, decidió no cambiar ni una sola coma, rodándolo tal cual, salvo por las nueva localización de Detroit. M. I.

Sobre el origen de la comunidad hmong

Se calcula que la lengua hmong cuenta con ocho millones de hablantes repartidos por todo el mundo. Son originarios del sur de China, donde se les aplicaba el termino miao-yao con connotaciones despectivas relacionadas con la barbarie. El renovado concepto hmong expresa libertad y se adecúa a su condición de pueblo emigrante, cuya formas de expresión se concentran en torno a la costura y los tejidos preciosistas. A principios de los 40, China prohibió su lengua y atuendos como minoría étnica, por lo que se desplazaron hacia Vietnam y Laos. El ejército norteamericano les utilizó para su guerra secreta, entrenados por la CIA. Sus misiones consistieron en rescatar pilotos derribados por el Vietkong y vigilar los campamentos de prisioneros. Con la entrada de los comunistas en 1975 cruzaron el río Mekong, refugiándose en Tailandia. La mayoría emigró desde allí a los EE.UU., mientras que el resto fue a Australia, Canadá o Estado francés. En «Gran Torino» se observa que son ignorados por los norteamericanos, quienes parecen haber olvidado la deuda histórica que contrajeron con ellos durante la Guerra de Vietnam. M. I.

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