GARA > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa

J. Ibarzabal Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas

Poniendo un poco de orden

Que la actual crisis económica abre expectativas suficientes como para facilitar un profundo cambio social, económico y político opuesto al neoliberalismo es un análisis contrastado en la izquierda. El autor aporta ideas para fijar los cauces a través de los que se debe articular la nueva alternativa a un capitalismo al que «le falta oxígeno».

Dicen que un alto mando militar le dijo al mariscal francés Foch, generalísimo de los ejércitos aliados en la primera guerra mundial, que «una batalla no está perdida hasta que no se crea» y que éste le respondió: «Sí, pero una retirada a tiempo es una victoria». Después del fracaso del socialismo soviético, ha habido un repliegue de las fuerzas progresistas en Occidente. Ha sido una retirada ordenada y a la espera de tiempos mejores. La ocasión ha llegado con la actual crisis generalizada del sistema financiero, que ha acabado afectando, y de qué manera, a la economía real.

Los distintos términos que se utilizan para dar a entender posturas retrógradas crean cierto confusionismo. Los ideólogos de la derecha pretenden crear la «ilusión del término», contraponiendo conceptos como liberalismo, a otros de corte más avanzado como capitalismo popular, socialdemocracia no marxista, economía social de mercado o economía mixta, capitalismo de rostro humano. Sin embargo, la práctica ha demostrado que cuando las circunstancias han sido propicias las derechas se han quitado la careta y han aplicado el neoliberalismo puro y duro, cuyo credo básico es «acumulación de renta y de riqueza». Todos los intentos de aplicar un capitalismo humano, de aplicar los principios de una socialdemocracia basada en una sociedad más justa y trascendiendo la lucha de clases, se han ido al traste. La consigna es «hay que acabar con ellos», hay que acabar con el Estado de bienestar, hay que volver a la «belle époque» (ejército de reserva de obreros en paro, salario de bronce...).

Si bien es cierto que con la crisis actual se modulan un poco los principios neoliberales (vuelve el espíritu de Keynes, es decir, que cambie algo para que nada cambie), el capitalismo no se pone en absoluto en cuestión. Corrección de ciertos fallos del mercado, nacionalizaciones parciales y temporales de la banca, y olvido de la miserable situación de las capas populares. Keynes, que era un capitalista de tomo y lomo (a mostrar esta faceta dedicaré el próximo artículo), respirará tranquilo en su tumba.

Así que para evitar confusiones estériles que sólo beneficien a los pseudoprogres, conviene poner un poco de orden, haciendo una clasificación esencial de los diversos órdenes económicos. La humanidad se divide en derechas (los que en la Asamblea Nacional francesa se sentaban a la derecha) e izquierdas (los que se sentaban a la izquierda). Los primeros se identifican con el capitalismo, cuyo principal objetivo, como decíamos, es la acumulación de la renta y de la riqueza, confianza ciega en el libre mercado (perturbado por las omnipresentes prácticas oligopolísticas), y en la privatización. Las múltiples variaciones del capitalismo, a las que hemos hecho referencia, tienen como raíz del mal la propiedad privada de los medios de producción de los sectores básicos, que contamina todo lo que toca.

A su vez, la izquierda se identifica con el socialismo-comunismo científico. Su devenir histórico y las peripecias ideológicas quedan reflejados en los sucesos de la Internacional Socialista:

I Internacional (Londres, 1864). Sus estatutos son redactados por Marx y se caracterizan por las diferencias entre la línea marxista y la de Bakunin, y la expulsión de los anarquistas.

II Internacional (París, 1889). Caracterizada por la división entre la socialdemocracia alemana y la línea revolucionaria encabezada por Lenin. Su tesis comunista incorporaba una concepción de la democracia basada en el partido como vanguardia del proletariado, cuya función es dirigir a éste en el centralismo democrático y en la dictadura del proletariado. Por el contrario, la triunfante socialdemocracia consideraba que la toma de poder no es objetivo inmediato sino «la lucha desde dentro» hasta llegar a una superación pacífica, sin dictadura, del capitalismo. Este desaparecería de manera natural como consecuencia de sus propias contradicciones internas.

III Internacional (Moscú, 1919). Impulsada por Lenin y Trotsky, proclama el triunfo del comunismo.

La IV Internacional (1938). Constituida por Trotsky. No tuvo importancia como realidad política, pero sí como un centro teórico de controversia marxista.

Los tres tipos de marxismo (la socialdemocracia de Kautsky, enfrentado al evolucionismo antimarxista de Bernstein, el leninismo-stalinismo y el trotskysmo), aparte de sus notables diferencias, tienen cosas en común con una impronta de izquierdas y progresista. Fundamentalmente, consideran la lucha de clases como motor del materialismo histórico y las plusvalías como un instrumento de explotación de la clase trabajadora, lo que requiere la toma del poder que permita la emancipación de la clase explotada. La simbiosis de los diversos marxismos, tomando de cada uno de ellos lo mejor y más apropiado, permitiría una adecuación a los tiempos actuales. Hay que desechar los sectarismos estériles. No podemos permitirnos ese lujo.

La superioridad ética del marxismo sobre el capitalismo es evidente. El socialismo está movido por un ideal de justicia social profundamente humano, que busca el bien común. El fracaso del socialismo soviético, del que hay mucho que aprender, no es más que un triste episodio del proyecto histórico, al que la propia degeneración intrínseca del capitalismo vuelve a dar alas para su renovación. No hay tiempo para el desánimo. Recordemos que la burguesía no triunfó de la noche a la mañana. Desde su nacimiento hasta su victoria con la Revolución Francesa pasaron cuatro o cinco siglos en un proceso de altibajos y discontinuidades.

También la superioridad operativa del socialismo sobre el capitalismo es potencialmente importante, si se estima el papel decisivo que jugará durante el siglo XXI la participación popular directa. Al capitalismo le falta oxígeno, no solo por los desequilibrios evidentes que provoca la acumulación de capital (ciclos depresivos con exceso de oferta sobre la demanda), sino por la apatía ciudadana en términos políticos. El socialismo debe hacer frente a esa carencia, estimulando la participación social directa, los movimientos sociales, los referéndum en asuntos clave...

Es aquí donde el socialismo se juega su futuro. La articulación adecuada de los partidos progresistas con los movimientos sociales (abandonando aquellos las tentaciones hegemónicas), la lucha de clases desde dentro y desde fuera del Parlamento para la toma popular del poder, serán el «ser o no ser» de la lucha bien llevada. Las tentaciones hegemónicas de los partidos y/o el olvido de los movimientos sociales provocaría que los partidos fueran engullidos por el sistema en un santiamén.

Hasta allí donde se ha podido experimentar, la izquierda abertzale en las dos acepciones (plataformas populares políticas y movimientos sociales) tiene mimbres suficientes como para mirar el futuro con optimismo. Los ayuntamientos han sido un buen laboratorio, donde la izquierda abertzale ha combinado bien el quehacer político y el asamblearismo. Movimientos sociales como Elkartzen, Askapena, Eguzki, Bilgune Feminista... han mostrado su buen hacer y su enorme potencialidad.

La nueva irrupción en el panorama sociopolítico de Euskal Herria de la plataforma plural Herria abian! (HA) nos llena de ilusión y de esperanza. La nueva plataforma proclama como banderín de enganche su credo anticapitalista, que debe ser completado con su vocación socialista, pasando a la ofensiva hasta la toma del poder. Una buena esencia, como la de HA, conviene que tenga como continente un frasco de diseño moderno presidido por el espíritu de un marxismo renovado (ni dogmático ni revisionista).

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo