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Crisis en el proceso de paz irlandés

La disidencia irlandesa, entre Platón y Patton

 Los fundamentos de la disidencia republicana no son teóricos o políticos, sino sobre todo morales o de principios. Así los visten sus defensores, que prefieren la discusión sobre el «bien» o el «mal» en abstracto que un debate sobre «el mejor» o «el peor» en concreto. Prefieren hablar del pasado que del presente o del futuro. Prefieren discutir sobre historia que sobre estrategia

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Análisis | Iñaki SOTO

¿En qué se basa la estrategia política de la disidencia republicana? Se puede decir que, como tal, no existe. Su discurso se articula en términos bélicos o morales, pero raramente en parámetros políticos. Se fundamenta, sobre todo, en defender que la victoria militar sobre los británicos era y es posible.

Por supuesto, todo intento de generalización sobre un fenómeno tan fraccionado y de tan diferentes orígenes políticos y sociales como la disidencia republicana en el norte de Irlanda corre el riesgo de caricaturizar algunas posturas. Lo cierto es que dentro de esa disidencia existen desde militantes históricos críticos con la propuesta sociopolítica de Sinn Féin –que, dicho sea de paso, en muchos casos abandonaron las filas republicanas hace ya más de dos décadas– hasta personas que justifican un modo de vida ligado a la criminalidad de baja o alta intensidad con proclamas que, a oídos de un «turista político» por ejemplo, suenan a republicanas e incluso de izquierda.

Sin embargo, existen denominadores comunes dentro de esa disidencia que merecen ser reseñados, sobre todo en cuanto al discurso se refiere. Ese discurso es una especie de mezcla entre un idealismo platónico y un belicismo pattónico. Como en Platón, su discurso no es de este mundo, sino sobre un mundo «ideal», libre de contradicciones. En ese sentido es en el que prefieren discutir de superioridad moral, aunque ésta conlleve una derrota política, frente a estrategias políticas inclusivas que acerquen los objetivos en base a la acumulación de fuerzas obtenidas en la contienda política -parámetros en los que se asienta la postura política del IRA y de Sinn Féin en relación al proceso de paz-. Por otro lado, lo que todos los disidentes -al menos todos con los que he hablado y a los que he leído yo- consideran que su argumento definitivo proviene de la negación del principio básico del proceso negociador: la victoria militar del IRA no sólo era posible, sino que en la década pasada estaba muy cerca. Por eso considero que, además de platónicos en el sentido filosófico negativo de «idealistas» -que ni mucho menos en el sentido político positivo de la palabra-, los disidentes republicanos son también «pattónicos», porque consideran al Ejercito Republicano Irlandés una suerte de herederos del más famoso de los mandos militares norteamericanos del siglo pasado.

Lo cierto es, sin embargo, que si bien el IRA era un Ejercito poderoso no lo era lo suficiente como para derrotar al poderoso Ejercito británico. Pero tampoco podía ser vencido por éste, tal y como aceptaron los mandos ingleses en el «informe bandera». En todo caso, lo más grave de esa postura bélica es que supone, además de un error de cálculo político y militar mayúsculo, una falta de respeto con quienes, como el difunto Brian Keenan, lucharon desde las filas del IRA por una Irlanda libre, unida y más justa. Más les valdría a quienes defienden estas posturas, tanto en la isla como fuera de ella, leer el testamento político de Keenan que dedicarse a hacer historia-ficción.

De ese modo, si visitamos Belfast y nos encontramos en medio de una discusión sobre el futuro de Irlanda y el paso adelante que supuso el Acuerdo de Viernes Santo junto a personas que se reivindican como disidentes del IRA o de Sinn Féin, los primeros compases de esa conversación siempre serán en términos morales o históricos: «nuestros chicos no murieron para esto», «estamos peor que en 1922»... -dejo de lado acusaciones totalmente infundadas sobre la buena vida que llevan Gerry Adams, Martin McGuinness, Bairbre de Brún o Gerry Kelly, puesto que no son más que eso, difamaciones sin fundamento alguno-. Si la conversación deviene a la situación actual de Irlanda, la pregunta de los disidentes suele ser la siguiente: «¿acaso no sería mejor y más rápida la unificación de Irlanda si lográsemos una victoria militar?». Por supuesto. No es necesario ser Patton para suscribir esa sentencia. El problema es que quienes lanzan la pregunta tampoco son Patton, ni tienen su Ejército, ni una estrategia -ni siquiera militar, menos aún política- clara sobre cómo conseguir ese objetivo. El problema es que idealmente, en un mundo moral ideal, podemos construir un pensamiento libre de contradicciones. Pero no así en el mundo en el que habitamos, el mundo que los activistas de Sinn Féin y los ex militantes del IRA pretenden cambiar.

Por supuesto, en todo conflicto político existen «plattónicos» e Irlanda tiene los elementos necesarios para ser fértil en crearlos: una historia trágica, un fuerte temperamento como pueblo, la humillación sistemática ejercida por una metrópoli tan cercana como es Londres... en definitiva, toneladas de sufrimiento e injusticia apiladas en la conciencia de una población a la que le urgen los cambios. Y he aquí el reverso de todo argumento que mezcla historicismo con una suerte de irredentismo vital. La urgencia, como expresión de un querer humano sincero y comprensible, es a menudo incompatible con la parsimonia que la historia y la política se toman para ejecutar cambios justos y necesarios. Paradójicamente, la solución no viene de incrementar la épica, sino la política.

Finalmente, este breve análisis no pretende ocultar que dentro del movimiento republicano de izquierda existen debates estratégicos pendientes. Ahora bien, es necesario subrayar que los sucesos de esta semana nada o muy poco tienen que ver con esos debates.

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