Tras las elecciones del 1-M
PSOE y PP demuestran que esto no es España
Ayer mismo PSOE y PP se apuñalaban mutuamente en el Congreso de los Diputados y se mordían por Madrid mientras que en Nafarroa se besan y en la CAV corren a abrazarse. Cuestión de Estado
Iñaki IRIONDO
A las once de la mañana de hoy, dos delegaciones del PSE y el PP celebrarán su primera reunión oficial (dejemos de lado la del pasado miércoles en el hotel Nervión), peldaño necesario para iniciar el ascenso de la escalera que llevará a Patxi López a Ajuria Enea. A la salida del encuentro, el portavoz del Partido Popular hablará de la voluntad de acuerdo de las partes y de un acercamiento de posiciones, aunque todavía insuficiente, para garantizar el apoyo de los trece escaños a la investidura. Quizá las prisas del PSE hagan que hoy mismo quede todo atado y bien atado, pero la lógica negociadora sugiere que habrá que ir dejando algo para futuros encuentros.
Ésta es, desde luego, una negociación singular que mezcla odios y necesidad. A lo largo de toda la campaña el PP ha estado atacando sin piedad al PSOE en general, al PSE en particular y a Patxi López con ensañamiento. Bajo estas líneas pueden encontrarse algunas de las lindezas que Basagoiti y varios de sus conmilitones les han dedicado. Y una muestra de las respuestas con las que se han encontrado.
Y en otros ámbitos, ayer mismo, sin ir más lejos, la vicepresidenta primera del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, y la portavoz del Grupo Popular en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría, se cruzaron puñaladas a degüello en el Congreso de los Diputados, con acusaciones de incapacidad para salir de la crisis, menciones a los casos de corrupción y hasta alguna apelación a Don Pelayo, que a la postre resultó lo más distendido del rifirrafe. Junto a ello, en la Comunidad de Madrid el enfrentamiento entre ambos partidos es de tal virulencia que llegó a traducirse en la no presencia de cargos del PSOE en los actos de homenaje a las víctimas de los atentados del 11-M que había organizado el Gobierno de Espe- ranza Aguirre.
A pesar de esa refriega donde ambos partidos combaten cuerpo a cuerpo enfangados hasta la cintura, López y Basagoiti saben que no tienen otro remedio que aparcar sus diferencias ideológicas por razones de Estado. La razón principal es que lo de Euskal Herria no es una batalla por el poder -como la que libran Zapatero y Rajoy que, por cruel y sucia que sea, no cuestiona ni el modelo de Estado ni el social-; esto es una guerra por la permanencia y la subsistencia misma del concepto de España. Otra razón accesoria es que, por el motivo anterior y en el actual contexto mediático, ni PSOE ni PP están en condiciones de aceptar la realidad social vasca y ni uno ni otro podrían soportar a estas alturas la que les vendría encima si Juan José Ibarretxe vuelve a ser lehendakari.
Hay quien estos días trata de presentar cualquier acuerdo entre PSOE y PP como un pacto antinatura, hablando de diferencias ideológicas entre la izquierda y la derecha. Olvidan quienes lo hacen que ése no es hoy el eje central de división en una nación sin Estado o, si se quiere, cuando el Estado no ha conseguido legitimarse en esta nación. «Pero si en España están todo el día a hostias...», podrán argumentar nuevamente. Se puede mirar de otra forma: que en Nafarroa, Araba, Bizkaia y Gipuzkoa no riñan ya, sino que en cuanto pueden se abracen y besen, tiene también la lectura de que esto no es España.
Zona Especial del Norte, nos bautizó José Barrionuevo, aquel primer ministro del Interior de Felipe González. Zona en estado de excepción permanente, concluyen otros. Se llame como se llame, quienes en España se acuchillan aquí se unen contra un enemigo común. Ambos tienen clara cuál es la prioridad. Una lección a aprender por quienes sueñan con transversalidades, con cautivar a España o con ser los más guays, y también por quienes se miran más al ombligo que al horizonte.