Más allá del neorrealismo
Luchino Visconti, «El conde rojo del cine»
El Neorrealismo italiano es imprescindible para entender la evolución del cine moderno. Los neorrealistas reivindicaron el deseo por mostrar el verdadero rostro de la vida, velado hasta entonces por la censura fascista. Dentro y al margen de este movimiento, la obra de Visconti navega entre el realismo más exigente y un refinadísimo sentido estético.
Iratxe FRESNEDA | DONOSTIA
Luchino Visconti, «el conde rojo», un «Hombre del Renacimiento» fue conocido fundamentalmente por su faceta de director de cine a pesar de que fuera también escenógrafo teatral y operístico, escritor y, sobre todo, un humanista comprometido con su tiempo. Nacido en Milán el 2 de noviembre de 1906, Visconti, de familia aristocrática, fue educado en la literatura y la música (tocaba el violonchelo y era un incansable lector de Shakespeare, Goldoni, Pirandello o d'Annunzio). Con 20 años se alistó en el ejército, en un regimiento de Caballería; de allí saldría con una nueva pasión: la hípica. Años más tarde diría que su experiencia con los caballos «fue decisiva para aprender a hacer trabajar a los actores».
Durante aquella época visitó París con frecuencia y allí comenzó a relacionarse con personajes de la vida social y cultural de entonces como los escritores Jean Cocteau y André Gide, o la modista «Cocó» Chanel.
Aquí surgió su interés por el cine, al ver filmes como «La Marcha Nupcial» de Stroheim, o «El ángel azul» de Sternberg. «Cocó» Chanel le presentó a Jean Renoir, y este aceptó a Visconti como ayudante de dirección en su película «Une partie de champagne» (Una excursión al campo) en 1936.
Para esa época ya había abandonado los caballos y orientaba su vocación hacia el cine. De su contacto con el círculo de colaboradores de Renoir (intelectuales de izquierda) nacería su conciencia social, la de un Visconti que hasta ese momento no había estado muy preocupado por los efectos del fascismo en su tierra. Tras colaborar con Renoir, el de Milán intervino en varios montajes teatrales como ayudante de dirección y decorador, viajó por Grecia y Estados Unidos y estudió de cerca la industria de Hollywood. Para 1935, el régimen fascista italiano había creado el Centro Sperimentale di Cinematografía, y dos años después Mussolini inauguraba los estudios Cinecittà. Consciente de la importancia del cine como medio de prestigio y propaganda, el Duce encarga a su propio hijo, Vittorio, la dirección de la influyente revista «Cinema», definida como «órgano de la Federación Fascista del Espectáculo». En la práctica, tanto la revista como el Centro Sperimentale se convirtieron en un nido de antifascistas, incluyendo a los miembros del Partido Comunista. Bajo la influencia del realismo de Renoir, y del «cine negro» norteamericano, Visconti trabajó en distintos proyectos, hasta que uno de ellos logró burlar la censura, dando origen a su primera película: «Ossesione» (Obsesión), una adaptación de la novela de James M. Cain, «El cartero siempre llama dos veces». El escándalo persiguió a la cinta de Visconti. Durante su estreno en mayo de 1943 la cinta sufrió el secuestro, la mutilación de escenas y una persecución que llegó a destruir el negativo original (del film tan solo se conservan algunas copias). El detalle esperpéntico lo puso un arzobispo que bendijo una sala donde se había exhibido para «purificarla» del pecado.
En 1947 se sumó al neorrealismo italiano con «La terra trema», rodada en escenarios naturales con actores no profesionales. El aristócrata fue nominado al León de Oro en el Festival de Venecia. Poco después «Bellísima» (1951) consiguió que Anna Magnani ganase la Cinta de Plata a la mejor actriz, concedida por el Sindicato Nacional Italiano de Periodistas Cinematográficos. A partir de este momento Visconti incorpora el romanticismo a sus historias; «Senso» (1954) fue el punto de partida, pero pronto aparecieron otros títulos, como «Rocco y sus hermanos» (1960). Elegante y perfeccionista, el realizador italiano tardó dos años en terminar «El gatopardo» (1963), la cinta que le hizo merecedor de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Igual que se había ocupado de la evolución italiana, Visconti acometió también el análisis de la evolución alemana a través de «La caída de los dioses» (1969), «Muerte en Venecia» (1971) y «Luis II de Baviera, el rey loco» (1973). «La caída de los dioses» le supuso el Óscar al mejor guión. Al finalizar el rodaje de «Luis II de Baviera, el rey loco», sufrió una parálisis cerebral pero, a pesar de su estado, con la ayuda de sus colaboradores, continuó dirigiendo: «Confidencias» (1974) y «El inocente» (1976). La primera, con las actuaciones de Burt Lancaster, Helmut Berger y Silvana Mangano obtuvo el David de Donatello a la mejor película. Poco antes de que se estrenara «El inocente» Luchino Visconti murió en Roma, escuchando una sinfonía de Brams.
Tras caer Mussolini, y mientras el nuevo gobierno de Badoglio intentaba negociar la paz con los aliados, los alemanes invadieron Italia y recolocaron a los fascistas en el poder. Las actividades de cine se suspendieron y Visconti pasó a la clandestinidad desde donde colaboró con la Resistencia facilitando la huida de los prisioneros. Su actividad le llevó a estar detenido en la Pensión Jaccarino, utilizada como prisión por la «Banda Koch», la Policía fascista paralela creada por el italo-germano Pietro Koch. Tras la caída del régimen fascista, Visconti filmó la ejecución de Koch en el documental colectivo «Días de gloria».