Maite SOROA | msoroa@gara.net
Los chines de Baltasar
La ambición humana no tiene límite conocido. Y tampoco el miedo al ridículo. El juez superstar ha concursado en todo -le faltan «El precio justo» y «Un, dos, tres»- y en todas sus concurrencias ha fracasado. Ahora, además, cuenta con el odio de quienes antes le bailaban el agua, o sea: lo tiene crudo. Ayer en «El Mundo», donde tantas medallas le daban, le zurraban una de campeonato desde su editorial. Pedro J. Ramírez se felicitaba porque, en su esprint hacia la presidencia de la Audiencia Nacional «no tiene ninguna posibilidad de resultar elegido». Pobrecico.
Pone en evidencia Ramírez que «la tortuosa forma de actuar de Garzón queda en evidencia con la información que hoy publica nuestro periódico, que revela que fue el propio juez quien buscó la financiación para el curso que quería impartir en la Universidad de Nueva York». Ya empezamos con los dineros. Por ahí se pierden...
Y Ramírez lo concreta, además: «la Universidad de Nueva York albergó el curso que quería impartir Garzón, pero antes condicionó la organización a que el juez encontrara un patrocinador económico, que resultó ser el Banco Santander». Mira cómo se organizan esas cosas... Tengo para mí que Garzón no habrá sido, ni el único ni el primero en beneficiase del ungüento de los ricachones, pero como ahora está enfadado con «El Mundo», Ramírez denuncia «su conducta» y exige que «sea sancionado por esas faltas que menciona el Supremo».
Cuando alguno suelte la lengua y sepamos cómo se vienen financiando muchas y muchos, algún editorialista tendrá que callar, pero en el ínterin nos van contando cositas: «Garzón no era un simple contratado. Era el patrón del curso y sabía que iba a cobrar una fuerte suma. El hecho es que el superjuez siguió cobrando un sueldo de la Audiencia Nacional mientras estaba en nómina de la Universidad de Nueva York, que le pagaba otro». Mira que listillo el tío...
Para el final queda la sentencia: «Garzón tiene que ser sancionado por el Consejo General del Poder Judicial por su conducta, que resulta totalmente incompatible no ya con presidir sino con permanecer en la Audiencia Nacional». Eso, eso, a la calle. Y ahora que nos cuenten lo del resto.