Martin Garitano Periodista
De pactos y traiciones
El PNV ha recibido con desagrado no disimulado la acusación de la izquierda abertzale que, por boca de Arnaldo Otegi, ha descalificado la sucesión de propuestas jelkides a PSE y PP como el «Santoña político del PNV». No es de extrañar el malestar si se tiene en cuenta que buena parte de los nacionalistas vascos no han digerido todavía hoy, setenta y dos años después, la decisión de sus máximos dirigentes de rendir las tropas a los fascistas italianos en Santoña, lograr el estatus de prisioneros de guerra para los gudaris y permitir la evacuación de mandos y responsables políticos. El debate sobre si el pacto firmado en Guriezo fue una torpe bajada de pantalones, una traición en toda regla a la República o una manifestación de independentismo radical está aún abierto pero no se cuenta, desde luego, entre los capítulos más recordados por el jelkidismo.
Disquisiciones históricas al margen, lo cierto es que la propuesta de Urkullu e Ibarretxe a López y Basagoiti supone, en sí misma, la suma de dos de las anteriores hipótesis. Es una bajada de pantalones digna de figurar en un manual y, al tiempo, supone una traición en toda regla a lo dicho y prometido durante los últimos años a su electorado y a la ciudadanía en general.
Azuzaron el miedo al triunfo de Mayor Oreja y Redondo Terreros y lograron 600.000 votos a modo de dique de contención. López y Basagoiti no generaban los mismos rechazos que sus predecesores pero, aún así, el PNV de Urkullu e Ibarretxe repitieron estrategia electoral. Y no les fue mal. Con treinta escaños y 80.000 votos más que el siguiente en liza tenían la ocasión de liderar el nuevo Gobierno autonómico y rescatar parte de los muebles. Pero las matemáticas son implacables.
La constatación de que no era posible gobernar sin PSE o PP colocaba al PNV, otra vez, ante su espejo. Se trataba de traicionar la palabra dada o de salir a la oposición y pelear para que, por ejemplo, no vuelvan a celebrarse elecciones trucadas. Y el PNV de Urkullu e Ibarretxe optó por arriar los pantalones y ofrecer a PSE y PP la coalición. No entro al debate sobre las motivaciones que llevaron a los jelkides a rendirse en Santoña, pero el impulso que ha movido a Urkullu e Ibarretxe es menos digno.
Post Scriptum: Si hay que elegir, me quedo con Saseta. No se rindió en Santoña y cayó, junto con un centenar de gudaris combatiendo a los fascistas.