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Iñaki Bernaola Lejarza Escritor e historiador

Ni izquierdas ni derechas: españoles todos (II)

 

Corría el año 1937. No hacía siquiera un mes que las tropas fascistas habían entrado en Bilbao, y ya había nombrado Franco al demócrata José María de Areilza alcalde de la villa. Así que éste, desde la atalaya privilegiada del ayuntamiento y con el look de facha recién estrenado, pronunció un memorable discurso, en el cual, aparte de los consabidos insultos y descalificaciones a los que, desgraciadamente, estamos ya acostumbrados, realizaba un montón de promesas de cambio. De hecho, ésa era precisamente la idea principal del recordado discurso de tan insigne demócrata: el cambio. Pero, ¿cambio desde dónde y hacia dónde?

En primer lugar, cambio de lehendakari. De hecho, al lehendakari de entonces, José Antonio Agirre, Areilza le ponía a caldo. Venía a decir más o menos que su época se había acabado ya, que ahora venían nuevos tiempos en los cuales ya no estaría vigente la hegemonía nacionalista -imbecilidad vizcaitarra (sic) la llamaba él. Venía a decir, en definitiva, que los franquistas habían conquistado el País Vasco y que ahora aquí mandaban ellos.

No se metía Areilza sólo con los nacionalistas: también con los obreros ugetistas que habían formado batallones memorables que se cubrieron de gloria en la Guerra Civil luchando contra el fascismo. Pues en aquella época, en el Partido Socialista que fundó en su día el obrero tipográfico Pablo Iglesias y en su sindicato afín, quienes más abundaban eran los socialistas y los republicanos.

Algo raro ha debido pasar desde entonces, porque ahora los que más abundan en el partido de marras son los monárquicos y los falangistas. Monárquicos, que no cuestionaron ni un ápice la operación de recauchutado del franquismo que tuvo dos de sus momentos claves en el año 1969, con la designación del sucesor de Franco en la jefatura del Estado, y en 1975, con la toma de posesión de dicho sucesor en el cargo nada más muerto éste; y falangistas, que bajo una leve pátina seudo-progre, no esconden otra cosa que españolismo rancio y prepotente. Por si alguien no lo sabe, me permito recordar que los falangistas de entonces también eran progres, como por ejemplo Pedro Mourlane Michelena, diletante crítico de arte bilbaíno y coautor de la letra del Cara al Sol.

Dirá alguien que, si en una de las facciones hegemónicas de la política española lo que más hay son monárquicos y falangistas, en qué se diferencia entonces de la otra facción. Pues se diferencia en que en la otra facción, aparte de lo mismo hay también opusdeístas o, si se prefiere, católicos de ultraderecha. Es significativo que los únicos temas de auténtico calado político en los que ambas facciones difieren, como por ejemplo la educación para la ciudadanía, el matrimonio homosexual y el aborto, sean consecuencia de que los opusdeístas están sólo en una de las facciones, y no en las dos. Aparte de esto, lo demás no son más que escaramuzas por el poder: que si una corruptela por aquí, un rifi-rafe por allá o una cacería por acullá. Porque, de hecho, ambas facciones comparten modelo económico, modelo político, modelo judicial, modelo represivo y modelo nacional.

Habrá también quien piense que esto que acabo de decir supone una falta total de rigor político, y que he llevado las analogías demasiado lejos. Es probable que tenga razón. No lo voy a discutir. Aún así, vaya en mi descargo que menos rigor político exhibe quien llama socialistas a quienes no están ni por asomo a favor del socialismo, y populares a quienes ni siquiera se les ha pasado por la cabeza ponerse del lado del pueblo.

Monárquicos, falangistas y opusdéistas eran las tres facciones hegemónicas en el régimen franquista. Ahora también lo son. Ahora como antes, en el gobierno unas veces priman unos, y otras otros. Antes, el pueblo ejercía solamente de convidado de piedra; ahora, sin embargo, ejerce también de convidado de papeleta.

Así, entre papeleta mala y papeleta buena hemos vivido tiempos electorales azarosos, y de hecho los seguimos viviendo. Hemos tenido que soportar un día sí y otro también la falacia de que todas las ideas han tenido opción a presentarse, obviando cínicamente tres verdades de Perogrullo que todo el mundo se las sabe. La primera, que a las elecciones no se presentan las ideas, sino las personas. La segunda, que hay personas con un montón de buenas ideas a las que no sólo no han dejado que se presentaran, sino que se les ha encarcelado por intentarlo. Y la tercera, que hay personas cuya única idea es chupar del bote, y sin embargo pueden presentarse una y otra vez a las elecciones con total impunidad.

El primer artículo con este mismo título lo escribí hace casi dos años, a raíz de la alianza de neo-falangistas y neo-requetés que se estableció de cara a formar el gobierno de Nafarroa. Este segundo lo escribo ante la previsible alianza de las facciones representativas del franquismo recauchutado, establecida con el objetivo de acabar con la hegemonía detentada hasta la fecha por la imbecilidad vizcaitarra; con la mal disimulada esperanza de que, una vez que consigan hacerse con el gobierno autonómico, al igual que en el ya lejano 1937 puedan entonar eso de que en Euskadi empieza a amanecer.

Porque, no lo olvidemos, si en algo han estado siempre de acuerdo monárquicos, falangistas y opusdeístas es en todo lo que se refiera a Euskal Herria, o mejor dicho, a su proceso de consolidación nacional. Y ello por una razón muy sencilla: porque en la medida en que este proceso avance, ellos pierden.

Estoy expectante por oír el discurso que el Sr. Patxi López vaya a dar en el parlamento autonómico vasco, más aún si, finalmente, es investido lehendakari. Estoy expectante por ver en qué se asemeja al discurso que, setenta y dos años antes, pronunció en Bilbao José María de Areilza. No se indigne el Sr. López por la comparación, sino todo lo contrario: de hecho, pocos españoles han cosechado tantas loas democráticas como el demócrata Jose María de Areilza. Pocos han sido tan alabados y elogiados como el susodicho por la intelectualidad política española. Aún me atrevería a decir más: lo suyo le va a costar al Sr. López recibir de tales instancias una andanada de parabienes como la que en su día se dedicó al señor Areilza. Lo mismo al inicio del franquismo que una vez terminado éste. Lo mismo en la dictadura que en la democracia. Porque, no cabe sino reconocerlo, el Sr. Areilza tenía mucho estilo: estilo como demócrata, y estilo como facha.

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