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Javier Ramos Sánchez jurista

Imaz el moderado

Ramos Sánchez sitúa las políticas de «moderación» y los cálculos electorales del PNV, con Josu Jon Imaz a la cabeza, en el origen del vuelco que se cierne sobre Ajuria Enea. Considera inaplazable devolver el control de las instituciones en Hego Euskal Herria a la mayoría social abertzale y para ello apuesta por un acuerdo entre las fuerzas independentistas y progresistas. En ese escenario sitúa el cese de la violencia, no como condición previa, sino como efecto lógico del proceso.

Pocos políticos, a caballo entre dos siglos, han ejercido mayor influjo en las bases de su partido que este tecnócrata de Zumarraga. Sólo, tal vez, por sus desastrosos efectos para la nación vasca, pueda compararse a este hombre con los líderes del «trío de las Azores» para comprender la enorme deuda que ha dejado en las bases nacionalistas, mientras él se halla felizmente anclado en las fértiles aguas empresariales de Petronor. Veamos algunas de sus más famosas profecías.

«Un liderazgo que no es capaz de modular las posiciones internas de una formación política, ni de conseguir moderarlas y acomodarlas al necesario consenso social, corre el severo riesgo de radicalizar las posiciones de su partido y llevarlo a la oposición o mantenerlo ahí por mucho tiempo... si no hay moderación, se puede acabar en la oposición».

Este prohombre de la ciencia política se refería, qué duda cabe, a la actitud que debía asumir el centenario partido para con la estrategia seguida hasta ahora por el Sr. Ibarretxe. A su juicio, nada de flirteos soberanistas. El negocio es el negocio y nada mejor para conservarlo y acomodarlo que un pacto «transversal» con los moderados gestores del gobierno central. En suma, palo al abertzale y palio al PSOE.

Y así, a fuer de renuncia y sometimiento, nuestro moderadísimo líder ha conducido a su amado partido justamente... ¡a la oposición! Bueno, Josu Jon, entre bambalinas, y sus más fieles seguidores, los Urkullu, Bilbao, Erkoreka, Azkuna, etcétera, todos esos acomodados y moderadísimos burukides que, sin solución de continuidad, pasaron de las aulas a los enmoquetados despachos. Ahora, nos dicen enojados cual mozalbete sin juguete: «se acabó el buen rollito con Madrid». Ahora, claro está, van a perder los sillones -puede el lector sustituir la `s' inicial por una `m' para comprender mejor el argumento- de Ajuria Enea. Pero hagamos memoria.

Las elecciones autonómicas para tres herrialdes del 1 de marzo pasado han supuesto la culminación, por ahora, de un régimen político, el español, que camina hacia la supresión de toda libertad política y social en Euskal Herria. Sólo un régimen político parafascista diseña unas elecciones a medida, las que prohíben la concurrencia a una parte sustancial del electorado para, de ese modo, garantizarse la toma del poder político, acceso que no podrían obtener de otra manera. Ha sido tan flagrante y tan escandaloso el fraude electoral que resulta por ello más incomprensible, si cabe, la actitud indolente del partido jeltzale. A salvo, claro está, que éste hiciera cálculos interesados al respecto. Por ejemplo, una oleada de voto independentista, como acaeciera en 2001, para mejor provecho de una mayoría absoluta. Craso error. La sociedad vasca de 2009 ya no funciona con los condicionamientos pavlovianos de 2001 ante la bestia española. El PSE, entre otras cosas, ha diseñado una inteligente campaña de tufo vasquista alejada del «que vienen los españoles» de M. Oreja-Redondo.

Ciertamente, tanto el PNV como el PSE habían concertado ya una gobernación conjunta tras los comicios. Un revival de la era Ardanza. Ésa era la apuesta de Imaz en EAJ y Jáuregi por parte del PSOE -pactar con los moderados y eliminar a los radicales, para mejor seguir sojuzgando a la nación vasca-. Pero... los hados no se hicieron cómplices de la profecía del zumarragatarra. Y ni el PNV puede ahora liderar el Gobierno, porque no tiene apoyos suficientes a pesar de haber fagocitado a Eusko Alkartasuna ni, paradójicamente, el PSE puede dejar de liderarlo... de la mano de quien mece realmente la cuna: la ultraderecha española del PP.

Porque el fétido aliento del unionismo español en la nuca socialista se trocaría en defenestración del poder en el Estado, si se le ocurre al PSE no gobernar con el PP. Tal es el bien abonado odio antivasco que destila la política en la estepa española. Y es de esperar que ese tufo fascista impregne desde ahora EITB, la educación, la Ertzaintza y demás resortes del poder autonómico, en una nueva cruzada de reespañolización -incluidas retrasmisiones taurinas desde la plaza de la Real Maestranza y alocuciones navideñas del Rey español-.

Así pues, aquella estrategia de moderación y sumisión a lo único que ha conducido es a perder el poder delegado autonómico y esto, para un partido «nacido para gobernar», es, simplemente, una hecatombe. Sólo así puede entenderse la impúdica oferta política postelectoral al PSE, primero, y al mismo PP después. Una oferta en términos de renuncia total y absoluta a los principios fundacionales, a cambio de seguir gestionando parte del poder autonómico. No pocos honestos militantes han debido ocultar con dificultad el rubor de sus rostros.

Dice nuestro ínclito personaje que con «moderación» se evita el pase a la oposición. Pero los hechos nos dicen otra cosa. Tanto en 1998 como en 2005 la Lehendakaritza quedó en manos jelkides gracias al apoyo de quién y de la izquierda abertzale, y justamente cuando el pucherazo, consentido por el resto de fuerzas, ha apartado ilegítimamente a este sector abertzale es cuando el unionismo español le ha dado la patada en las posaderas al capataz para dirigir, personalmente, la reespañolización de la colonia insurrecta. ¡Qué gran lección!, amigo Imaz.

¿Y ahora, qué? Pues ahora, precisamente ahora, que se ha clarificado enormemente el panorama político vasco, es cuando urge una simple y necesaria reflexión, una catarsis, en el mejor sentido clásico del término, como «liberación de las pasiones», por parte de las bases del partido jeltzale y de todas las fuerzas abertzales. La mayoría social vasca no se encuentra representada políticamente, ni en Nafarroa ni en la CAV, y ello describe mejor que cien discursos la humillante dependencia nacional que sufre Euskal Herria. El pequeño país de los vascos no puede -no le dejan- desarrollarse libre y democráticamente y no le espera otro destino, de seguir así, que el de su subsunción en la negra y reaccionaria España, la del correaje y la sotana, silencios de goma oscura y miedos de fina arena, salvo... que, de una vez por todas, las fuerzas abertzales, independentistas y progresistas, desde la izquierda abertzale hasta un partido nacionalista verdaderamente digno de ese nombre, constituyan un frente común, sin requisitos previos, en pos de una Euskal Herria libre y soberana, dueña de su devenir político.

Y en este imprescindible afán sobran huecos llamamientos a un cese de la lucha armada que, por otra parte, sólo compete a quien la practica, y que más bien describen escasa valentía para poner manos a la obra, desde el primer minuto, en la tarea de construcción nacional. La lucha armada desaparecerá, con las demás violencias, en la misma medida en que la labor unida y abnegada de las fuerzas populares vascas la haga innecesaria. No es el cese de la violencia, por tanto, un prius lógico, sino la natural consecuencia de una lucha popular amplia, global y sostenida en el tiempo. Así parecen demostrarlo todos los conflictos internacionales de semejante naturaleza nacional.

La titánica, inaplazable e ilusionante tarea de construcción de un frente popular y abertzale no puede quedar mediatizada de antemano por la vigencia de las múltiples violencias que subsisten a diario - he ahí, recordémoslo una vez más, la mesa política de Batasuna encarcelada, o la persistencia de múltiples denuncias de torturas- y que, justamente, evidencian la existencia de un serio conflicto de raíz política. Poner fin al mismo, en su raíz, es precisamente la condictio sine qua non para traer la paz a este pueblo. En esa noble empresa toda mano es necesaria y bienvenida. También los comunistas vascos hemos aparcado otras justas inquietudes por mor de aglomerar una mayoría social independentista y progresista. Y así será mientras nuestro compromiso inquebrantable con la libertad de este pueblo lo requiera.

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