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Francisco Larrauri Psicólogo

Pensando otra vez en Gernika

Acotar el objeto de estudio y sus causas directas es fundamental desde un punto de vista de actuación social si pretendemos que las campañas de prevención de malos tratos sean realmente efectivas

Por el número de conflictos mundiales que nos acompañan a diario y por el número de víctimas que han generado esos conflictos modernos parece como si aceptásemos que la violencia ya forma parte de la convivencia en las sociedades modernas. Y con el pensamiento hoy en Gernika, pero ayer desparramado por toda Euskal Herria, notamos que el área intrafamiliar no queda al margen de este temperamento agresivo con la presencia de una violencia emocional, física, sexual, económica o simplemente violencia por negligencia, que plantea graves problemas a las víctimas y a la sociedad.

Si los grandes conflictos son abiertos y declarados, los que abordamos en la penumbra de la intimidad vienen acompañados por problemas de identificación y, por tanto, de solución, porque los hechos se materializan en la relación y confianza de pareja, paradojalmente en el marco íntimo de la familia donde se produce, o al menos tendría que producirse, la transformación generacional y la educación para la convivencia.

Es esta contradicción la que desencadena un shock transversal que exige una serie de actuaciones que van desde alejar a las mujeres del victimario como invocar un marco de referencia más amplio que el de víctima, para atajar una violencia que se traduce en un problema de salud con altos índices de mortalidad.

En este sentido, algunas organizaciones, al rebufo de la violencia doméstica, inician campañas para promocionar una efectiva igualdad y para eliminar obstáculos que puedan dificultarla, visionando esta aspiración como un método preventivo para la violencia de género, como si esta desigualdad fuera la causa única o la más importante de la violencia que sufre la mujer por ser mujer.

Y en aras de que las campañas de prevención sean lo más efectivas posible, quisiera aportar la experiencia que surge no de un de replanteamiento teórico, sino del campo psicoterapéutico con pacientes en cuyo historial aparecen episodios de violencia contra la mujer, sea ésta esposa o madre.

En esta relación psicoterapéutica se pone de manifiesto, por la relación tortuosa que aflora, que algunos conflictos de pareja son casi un evento clínico, con muchos frentes abiertos, muchos matices para poder explicar la violencia familiar desde la teoría universal de la superioridad por parte del hombre o de inferioridad por parte de la mujer. Adelante con la igualdad, pero no paremos ahí.

A pesar de que a la vista de las relaciones que se desprenden de una sociedad patriarcal nadie de forma sensata puede negarse ni oponerse a la petición de igualdad de genero, es limitar teóricamente y preventivamente el problema si incidimos solamente, es decir, singularmente, en la petición de igualdad de género como factor determinante para solucionar el problema de maltrato dentro de la familia, que por el numero de víctimas que produce se ha convertido casi en un problema social.

El discurso del género tendría que explicar por qué no todas las mujeres son víctimas o por qué afortunadamente esa violencia sólo la perpetra un grupo minoritario de varones. Y atendiendo a las desigualdades actuales, la teoría de la desigualdad tendría que explicarnos también por qué la violencia en las relaciones de pareja no es, entonces, un fenómeno mucho más extendido de lo que está en la actualidad. Y, por último, por qué no todas las mujeres tienen el mismo riesgo de ser víctimas, a pesar del eslogan «toda mujer puede ser víctima», por qué infinidad de estudios muestran que las víctimas no provienen por igual de todas las clases sociales. Y la práctica también desmiente la universalidad clasista de que todas las mujeres sufren el mismo grado de violencia y la misma posibilidad de ser víctima de los malos tratos familiares.

Acotar el objeto de estudio y sus causas directas es fundamental desde un punto de vista de actuación social si pretendemos que las campañas de prevención de malos tratos sean realmente efectivas. En caso contrario, es ofrecer en bandeja a las políticas conservadoras y neoliberales la coartada para salir con sus feministas «a luchar por la mujer», pero siendo incapaces de promover auténticos programas sociales contra otros factores de riesgo (como la exclusión social, calidad de vivienda, el alcoholismo, la drogadicción, barrios pobres o la falta de políticas por una salud mental comunitaria, etcétera) igual de empíricos que la desigualdad de genero, pero de acuerdo con la práctica cotidiana mucho más acuciantes y determinantes en la traumática violencia doméstica.

Así las cosas, la planificación de una campaña parcial de prevención sobre un «mapamundi» de desigualdades que afecta a todas las mujeres sea tal vez la mejor manera de desviar la atención y dejar sin respuesta los aspectos concretos de cierto colectivo, también de mujeres, que de forma sustancial puede incrementar el riesgo y su vulnerabilidad, si no se amplía y se complementa el marco de referencia de la variable de género con otros factores suplementarios como los mencionados.

He intentado explicar de acuerdo con mi experiencia y también siguiendo la teoría criminológica que la variable de género no es la única variable que explica un fenómeno tan complejo, si bien puede funcionar también como variable de riesgo, aunque entiendo que la causa del feminismo (sobre todo el oficial) puede ver en los otros factores de riesgo una pérdida de protagonismo de lo que es la estrella reivindicativa de la igualdad.

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