Ya se consumó el apareamiento entre PSE y PP. La ceremonia -como corresponde a estos lances- durará varios días y la juerga promete ser de campeonato. Luego la copla será otra.

Ayer en «Abc» advertían con severidad a los contrayentes sobre las verdaderas obligaciones de su nueva situación. Y el editorialista ponía especial énfasis en el celo con que Basagoiti debe vigilar a López, que ya se sabe que es personaje proclive a cambiar de pareja. Política, se entiende.

En su principal pieza, la cabecera madrileña de Vocento hablaba de «cambio histórico» e indicaba la misión de dicha convivencia: «el fin del régimen nacionalista» y »una profunda transformación de las estructuras de poder tejidas durante décadas por el PNV». Vamos a ver en qué se concreta.

El escribiente lo tiene clarísimo: «Ese es el gran reto: reconstruir los pilares rotos de una sociedad quebrada en la que nunca ha existido una democracia plena». Mira por dónde, va a resultar que en esto tiene razón.

Entre los riesgos que advierte está que «no será sencillo, porque el PNV tratará de tensar la situación, que será aprovechada presumiblemente por los `brazos políticos' de ETA para radicalizar aún más su mensaje. Asistiremos sin duda a una exhibición diaria del ya clásico victimismo nacionalista y a la demonización del Estado como estrategia de acoso y derribo del nuevo Gobierno vasco». Ya mentó a la bicha.

Pero de lo que se trata, por encima de todo, es de «marcar un punto de partida irreversible que haga posible el verdadero y definitivo cambio, también en términos sociales, de una Comunidad largamente abducida por el doctrinario nacionalista». Equilicuá. Ni más ni menos.

Y, vista la trascendencia de su misión, «el PP -colaborador necesario e indispensable para el anhelado cambio político en materia de libertades, educación, política lingüística, sanidad y medios de comunicación- habrá de estar vigilante para que su voto se traduzca en una verdadera transformación de todo un código de valores sociales». O sea, a marcarle el paso a Patxi.