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Jesus Valencia Educador social

Aberri Eguna

 

Ya está al caer. Como todos los años, y en el domingo pascual, celebraremos la fiesta de una patria que reclama ser tomada en cuenta. ¡Curiosa costumbre de este pueblo nuestro la de entreverar en un mismo programa fiestas y reivindicaciones! El listado de estas últimas suele ser tan largo que cada Aberri Eguna presenta un matiz diferente, de acuerdo con la coyuntura en que se celebra; algo así como las aguas, que adquieren la tonalidad del suelo que las sustenta.

En aquel lejano 1963, la fiesta salió de los restaurantes y la ikurriña ondeó en las campas de Itsasu; había que anunciar al mundo la existencia de un abertzalismo más combativo y había que ofrecer la tarjeta de presentación a muchos otros pueblos que compartían parecidas inquietudes. En 1965, la fiesta se trasladó a la capital del Viejo Reino; había que reivindicar la capitalidad de un estado que sigue todavía en hibernación. El de 1973 honró la memoria de Mendizabal, gudari que acababa de ser asesinado, y el de 1974 contó con la presencia de un Leizaola clandestino junto a la Casa de Juntas. Los años inmediatamente posteriores a la muerte del General conocieron unos Aberri Eguna autodeterministas; todo el rojerío vasco, aunque se identificara como español, agarró la pancarta que reclamaba para este pueblo el derecho a decidir. El de 1987 recordó en Gernika el bombardeo con que se castigó a dicha villa cincuenta años antes. El de 1993, año de reconversiones salvajes, proclamó en la margen izquierda vizcaina los derechos de la clase trabajadora.

El que estamos a punto de celebrar será el del año en que se ganó o se perdió «Granada» (según quien lo cuente). Ni lo uno ni lo otro. Los españoles conquistaron esta plaza hace ya varios siglos y no hemos recuperado ni una pizca de soberanía durante los treinta años en los que el PNV ha ejercido de alcaide. No es la independencia de la plaza lo que está en juego, sino quién ejercerá las funciones de gobernador. La Católica prometió no mudarse las enaguas hasta que el pendón de su Reino ondease en la torre mayor de la Alhambra. En este caso no necesita someterse a tan maloliente promesa. Su fiel Izaskun Bilbao ya se encargó de colocar la enseña española en la sede parlamentaria antes de que la nueva pareja, Don Lope y don Basagoiti, se instalen en el salón de la alcaidía. Boabdil miraba desde un altozano el reino recién perdido y dicen que lloraba. Los «boabdiles» jelkides desahogan su rabia buscando a quién culpar por la pérdida del sillón. Siempre hay un moro en la morería a quien ensartar en el alfanje; en este caso -como era de suponer- es la marginada izquierda abertzale la que carga con el sambenito.

Mientras rabia «Boabdil» y «los católicos» se regocijan, Irun nos espera. Ya rompimos la muga en el Aberri Eguna de 1992 (500 años después de la conquista de Granada) y en el del año pasado. El de este año confirmará la existencia de un pueblo cada vez más empeñado en recuperar la soberanía robada. «Los católicos» siempre se han considerado dueños de la plaza; los «boabdiles» se la han cuidado con sumisa fidelidad. Nos toca a los demás, reagrupados y animosos, reconquistar nuestro estado.

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