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Antonio Álvarez-Solís periodista

Sociedad política y sociedad vasca

En el contexto de la formación del Gobierno de Lakua, Alvarez-Solís analiza la autonomización de la política respecto a la sociedad. El periodista madrileño ve cierta similitud entre el Decreto de Unificación dictado por Franco el 17 de abril de 1937 y la situación actual.

Es frecuente en este tiempo que la sociedad política no se corresponda con la sociedad real. Las maniobras de las instituciones -ya sean del Estado, ya de los partidos- invalidan con mucha frecuencia los movimientos de la sociedad real, incluidos los resultados electorales, que son soslayados para dar paso a un juego de poderes previamente establecido. El voto ciudadano no obliga con soberanía. Más que un mandato imperativo, ese voto se transforma en un salvoconducto firmado en blanco para operaciones que no tienen nada que ver con la voluntad de la calle. Estamos, pues, en presencia de un hecho que parece indiscutible: las instituciones se han autonomizado respecto a la ciudadanía y han evolucionado como ser propio, con capacidades cancerígenas.

Tras morder a las urnas en la yugular el vampirismo institucional cobra vida propia y conforma una sociedad de poderes que no brota de la base electoral sino que redefine la calle a su imagen y semejanza. Es decir, no es la calle la que cambia al poder, sino el poder el que cambia a la calle. Este teratológico proceso autogenerativo de las instituciones es posiblemente el productor más importante de violencia. Las últimas elecciones vascas constituyen una muestra reveladora de autonomización institucional. Entre lo que ha votado la mayoría de los ciudadanos vascos y lo que refleja la constitución del Gobierno, fruto de un trasiego movido por una voluntad no democrática, hay un abismo en cuyo seno chocan las placas tectónicas de sociedad y poder político. La energía que se desprende de esta colisión se transforma en mil clases de violencia.

El poder político no está encarnado, pues, en la calle; no se deduce de ella. Tal cosa hace que el orden social se torne imposible al ser pervertido por la manipulación y que los movimientos populares den consecuentemente muestras de un comportamiento errabundo al perder su canalización institucional y procedan con urgencias perfectamente explicables. El resultado es un contacto embarullado y cada día más difícil entre las instituciones y las masas. Consecuencia de ello es también que los gobiernos resuelvan sus dificultades políticas con diversas instancias de represión entre las que figuran el corrompido mecanismo policial, el uso impúdico de los tribunales y la producción de leyes circunstanciales que en su momento no fueron ofrecidas programáticamente al electorado. Todo esto multiplica el conflicto social hasta convertirlo en permanente. Por otra parte, la justificación de los insolentes y torcidos procederes gubernamentales pierde sustantividad moral y se transforma en una pura monserga referida al terrorismo con que se adjetiva cualquier protesta de la ciudadanía que ha sido empujada inevitablemente al límite.

Si se hace una recensión puntual de las literaturas gubernamentales cocidas en este horno del poder no es difícil encontrar en ellas similitudes que nos llevan a constatar siempre un ejercicio de la dictadura so capa de altos intereses nacionales, manejados hipócritamente con la vista puesta en la eliminación del enemigo externo, en este caso el adversario nacionalista. La actual unión de «populares» y socialistas en Euskadi se ve sugerida, por ejemplo, en el Decreto de Unificación dictado por Franco el 17 de abril de 1937 para ayuntar en el mismo yugo a dos irreconciliables adversarios: falangistas y tradicionalistas navarros, a los que se puso al servicio del dictador, y en el caso que analizamos, al servicio del Gobierno de Madrid. Veamos este párrafo del Decreto citado: «Siendo uno el sentir de las organizaciones, análoga la inquietud patriótica que las anima, respaldada por el anhelo con que España la espera, no debe ésta retrasarse más. Así pues, fundidas sus virtudes, estas dos grandes fuerzas tradicionales hacen su presencia directa y solidaria con el servicio del Estado».

Estamos, por tanto, ante la existencia real de un partido único, cuyo objetivo fundamental es evitar la expresión de la libertad vasca. Un partido que para encajar bien sus piezas se declara como ente de centralidad -¡ah, la sostenibilidad!-, lo que desvela aún más su propósito único de rescatar los tres territorios históricos en su calidad de simple región española. Bakunin hace la siguiente e inteligente observación al respecto: «El partido del Justo Término Medio no es conciliable con el movimiento dialéctico de la historia que, al acentuar la oposición entre los contrarios, suprime los partidos intermedios. Ahora bien ¿qué hacen los `mediadores'? Ven, como nosotros, que nuestra época es una época de oposición, mas nos advierten que este desgarramiento interno es malo, pero en lugar de acentuar dicha oposición para hacer de ella una realidad nueva, positiva y orgánica, se esfuerzan por perpetuarla en su forma actual, precaria y mediocre. Despojan a la oposición del espíritu activo que la anima -en el caso vasco, de su posibilidad nacionalista (nota mía)- a fin de poder utilizarla a su antojo».

Estamos, pues, ante un divorcio radical entre instituciones políticas, tal como van a quedar constituidas, y sociedad vasca. Este divorcio queda aún más de relieve con el cambio de lenguaje de los socialistas en los últimos días, que hablan como si quisieran pasar desapercibidos y, por el contrario, la acentuación victoriosa del lenguaje que emplean los «populares». Entiendo que a los dirigentes del PSE les suponga un ingrato ejercicio moral referirse a su unión con el PP, mientras a éstos últimos la situación les gratifica de su complicada y ya larga oposición en el parlamento español. Es más, la operación unionista en Euskadi convierte en transparente la debilidad creciente del partido del Sr. Zapatero, que colecciona, ya con cierto ritmo vertiginoso, fracaso tras fracaso y ambigüedad tras ambigüedad. Hay en la operación constitucionalista vasca como un propósito de adormecer al PP, como si a la fiera la anestesiase una noche de lucimiento en el circo. El PSE sólo se reflotaría de este naufragio, aunque con dificultades inmensas, si procediese a independizarse del PSOE, pero ¿acaso tiene personalidad el Sr. Patxi López para intentarlo siquiera? El Sr. López sabe que su única esperanza para hacerse visible en la Lehendakaritza es que Madrid proceda a una cierta prodigalidad en ayudas materiales a Gasteiz, pero la crisis que atenaza al ejecutivo madrileño no resulta una buena pista de despegue para organizar esta fiesta de Reyes Magos. No queda ni oro ni mirra en las alforjas estatales; si acaso restos de un incienso que huele a viejo y caducado. Más aún, si en el momento actual Madrid iniciara el envío de beneficios como una ONG encargada de revestir de fiesta el centralismo en Euskadi, muchas otras Comunidades españolas se encenderían en ira ante el agravio comparativo. Creo que el Sr. López es consciente de la situación y ha hablado por boca del Sr. Ares, creo, cuando ha adelantado que el futuro socialista vasco va a ser difícil.

Persona a quien estimo mucho me ha hecho notar que hay en mi temor a un aumento de la violencia en tierras vascas, a consecuencia de los increíbles sucesos políticos que están aconteciendo, una cierta desesperanza lúgubre. No creo, sinceramente, que esté mi recelo alimentado por una razón descompuesta. Cavilo que prever una agitación grave en tierras vascas pertenece a la práctica de una lógica elemental, que se sobrepone a toda esperanza benéfica. Si el nacionalismo hubiera sido derrotado en número de sufragios totales podría abrigarse en mí otra suerte de cálculo, pero presumo que el contraste establecido entre el resultado de las urnas y el guiso gubernamental vasco proyecta la sombra de una agitación cuyos límites son difíciles de establecer ahora.

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