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Lejos de este mundo, Antonin Artaud

 

Iratxe FRESNEDA

Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Atrapado en un mundo donde la imaginación es un lujo y el margen para la locura es escasísimo, Antonin Artaud mantuvo una intensa e interesante relación con el cine. Fascinado por un artilugio aún joven pero prometedor, dejó escrito en alguno de sus textos profundas reflexiones sobre el medio. Compartía con los surrealistas, o lo hizo durante un tiempo, la idea del cine como un ente liberador de los potenciales del inconsciente, como un estímulo para agudizar la sensibilidad humana. Sensibilidad que poseía en abundancia y que le arrastraba hacia el abismo constantemente. Escritor, poeta, actor y dibujante, Artaud fue un ser humano perseguido por el sufrimiento que acompaña a la existencia. Nacido en Marsella en 1896, falleció en Ivry con cincuenta años de edad. Sus libros, lecturas de referencia; su vida, un carrusel iluminado por el artista que habitaba en él y ensombrecido por las reiteradas visitas a los centros psiquiátricos. El laúdano, el opio y una amplia variedad de estupefacientes fueron sus compañeros de viaje desde muy joven. Nunca llegó a prescindir de ellos. Como tampoco podía prescindir del arte, que le llevaría a París, donde entraría en contacto André Breton y los círculos artísticos vinculados al surrealismo. Su poemario «Tric Trac del cielo» le abrió las puertas de «tan selecto club», un club que no dudaría en abandonar para entregarse al teatro y al cine. Su radical forma de pensar, le llevó a proponer «El teatro de la crueldad», un teatro que sacara al espectador de su complaciente y pasiva actitud frente a una puesta en escena que tan sólo buscaba el entretenimiento. Actuó tanto para el teatro como para el cine y su imagen se unió a las tomadas durante el rodaje de «La pasión de Juana de Arco», de Carl Theodor Dreyer. Creador incombustible, escribió numerosos guiones para el cine, pero únicamente vio transformarse en celuloide a «La concha y el reverendo». Germaine Dulac lo dirigió por él, pero le hizo un flaco favor al no ser capaz de trasladar sus intenciones a la gran pantalla. En sus anotaciones sobre el filme, Artaud decía: «Estamos a la búsqueda de un film con situaciones puramente visuales y en que el drama surgiera de un contraste hecho para los ojos, extraído, si puede decirse, de la sustancia misma de la mirada». Artaud, en estado puro.

La Casa Encendida de Madrid nos regala estos días una amplia muestra sobre su vida y su obra, un acercamiento al maravilloso y oscuro mundo de Antonin Artaud, que viajaba con un bastón de trece nudos con el que golpeaba el suelo a su paso.

 

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