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Explotación deliberada de los tópicos vasquistas

«La casa de mi padre»

Después de una película arriesgada como «Tiro en la cabeza», toca volver a los lugares comunes y tópicos acumulados en torno a la realidad vasca. El debutante Gorka Merchán tira de repertorio para trasladar el conflicto político en «La casa de mi padre» a un entorno familiar, en el que las divisiones internas serán superadas a través del juego de la pelota. La película fue presentada en el pasado Donostia Zinemaldia dentro del día del cine vasco.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

El punto de vista que ofrece el donostiarra Gorka Merchán del conflicto vasco se asemeja al que vienen plasmando otros cineastas foráneos, como por ejemplo recientemente Manuel Gutiérrez Aragón en «Todos estamos invitados». Es así porque «La casa de mi padre» es una película hecha desde una sensibilidad no euskaldun, lo que prueba la utilización de un reparto compuesto en los papeles principales por intérpretes castellanoparlantes, así como la elección como leit motiv musical de la canción «Lau Teilatu», en la versión de Mikel Erentxun y Amaia Montero, por ser los artistas más reconocibles en el resto del Estado español que se han acercado al emblemático tema de Juan Carlos Pérez.

El realizador afirma en su declaración de intenciones el respeto a todos los posicionamientos ideológicos, pero esa supuesta equidistancia lleva implícito el sometimiento a una línea aséptica de pensamiento cortada por el patrón de los informativos, a sabiendas que las noticias sobre Euskal Herria tienen un tratamiento político en Madrid partidista e interesado.

Alusión a Gabriel Aresti

El título de «La casa de mi padre» remite inmediatamente al poema de Gabriel Aresti, porque el símbolo de la casa quiere ser utilizado como aglutinante de todos los vascos bajo un único techo. El guión de Iñaki Mendiguren traslada así la conflictividad política al entorno familiar, a través de un desarrollo melodramático que enfrenta a distintos miembros de un mismo clan. La forma en que las diferencias coyunturales son salvadas es en base a la apelación a las tradiciones comunes, expresadas por medio del deporte de la pelota.

Todo esto supone una explotación deliberada de los tópicos vasquistas, tanto en relación al pasado histórico como al presente más inmediato tratado a diario por los medios de comunicación. Para el espectador local representa un serio problema de credibilidad, no tanto para el del exterior, que hasta podrá llegar a ver con buenos ojos a Juan José Ballesta como joven pelotari y militante de la kale borroka.

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