Los ocho días de Obama en Europa
Europa necesita tan poco para ser feliz...
Hemos tomado prestada la idea al editor del semanario alemán «Die Zeit», Josef Joffe, quien escribía esta semana en »The New York Times» que «Obama se limita a no pedir demasiado a los europeos, y eso les hace muy felices». Barack y Michelle Obama han pasado ocho días en Europa, y su carisma ha vuelto a seducir a los mandatarios europeos. El presidente estadounidense ha utilizado las cumbres, las reuniones bilaterales y sus discursos como banco de pruebas de su estrategia internacional. Estas líneas son un relato comentado de esos días.
Josu JUARISTI
El periplo de los Obama por Europa -del Támesis al Bósforo- comenzó en la cumbre del G-20, y este primer desembarco se convirtió en un ensayo general de la «nueva» diplomacia de la Casa Blanca. Un ensayo que, de todas formas, no ha servido para esclarecer una de las grandes preguntas todavía sin respuesta tras ochenta días de mandato: ¿Existe lo que podría definirse como una Gran Estrategia Obama? Podríamos decir que no, aún no al menos, aunque sí es cierto que algunas de las líneas maestras de esa estrategia ya comienzan a vislumbrarse. Y lo que se ve -sin plasmación concreta todavía- sugiere que, más que un nuevo orden, lo que el equipo Obama plantea es restaurar el viejo; no en vano buena parte de su equipo proviene de la Administración Clinton.
La sensación de que aún no cuenta con una gran estrategia bien definida se vio confirmada en la cumbre del G-20, con un discurso en el que, aparentemente, buscaba transmitir que no tiene una gran estrategia para enfrentarse a la crisis económica global, muy en su línea de compartir con el resto del mundo el diagnóstico y actuar de forma conjunta. «Está emergiendo un nuevo orden mundial», declaró Gordon Brown tras la reunión, y muchos creyeron que, en realidad, era Obama quien hablaba a través del primer ministro británico.
La idea de que ni Obama ni nadie tenía en realidad una estrategia ambiciosa contra la crisis la reflejó el hecho de que la pomposa declaración final de la cumbre era más una salva, puro fuego de artificio, que otra cosa, puesto que la inyección de billones de dólares anunciada era una mera colección de viejas (la mayoría) y nuevas (unas pocas) partidas, muchas de ellas ya conocidas, aunque no implementadas.
Así que la verdadera importancia de la cumbre había que buscarla en otro lado, y ahí entran en juego las reuniones bilaterales y los gestos con Rusia, China, Brasil e India. Obama se esmeró en este apartado para confirmar ante el mundo buena parte del trabajo ya realizado en las semanas previas por Hillary Clinton y su maquinaria diplomática y de presión. Con Rusia ya en el ajo (Medvedev parecía realmente encantado, aunque con Vladimir Putin en la sombra nunca se sabe), Estados Unidos ha escenificado que China, India y Brasil cuentan, y mucho, en el «nuevo orden mundial». Obama parece especialmente empeñado en destacar la figura de Lula, y eso podría anunciar cambios a medio plazo hacia el sur del continente americano. Con China e India se trata, seguramente, de otro juego, de ahí que, frente a ambas potencias asiáticas, la Casa Blanca trate de crear una especie de frente común con la Unión Europea. Lo cierto es que China, sobre todo, reclama un nuevo rol en la escena mundial, y la cumbre de Londres y sus prolegómenos lo han dejado bien claro. Probablemente, nos encontramos en medio de una transición hacia otro marco de relaciones internacionales, lo que significa que estamos en medio de una guerra más o menos abierta y declarada.
En esa guerra, estratégica y con un componente económico brutal, la actitud inicial de Barack Obama es vender estilo y seducir. En estos ocho días ha repetido una y otra vez que llegaba a Europa para escuchar y aprender; lo que no dice es que, en último término y como siempre, llegaba para dirigir, aunque pretenda hacerlo con otro talante y, quizás, desde otros parámetros más multilaterales. Hoy, en todo caso, está por ver que esa multilateralidad se vaya a concretar en reforzar las instituciones internacionales ya existentes, en crear otras nuevas o en buscar, sobre todo, controlar el nuevo orden emergente en base a relaciones bilaterales y alianzas frente a terceros.
Aunque sea una obviedad, está claro que Barack Obama no es George W. Bush. El tiempo dirá si también sus políticas están en las antípodas de su antecesor en el cargo. A día de hoy, lo que sí podemos decir es que el candidato que encandiló a buena parte de Europa desde la Columna de la Victoria de Berlín mantiene, sin hacer gran cosa realmente, su capacidad de seducción a este lado del Atlántico. La cuestión es que, sin pedir casi nada, Obama está logrando que muchos de los estados europeos se pregunten qué pueden hacer para ayudarle. Está por ver que esa percepción se concrete luego en escudos antimisiles, más soldados para Afganistán, frente común hacia Rusia y China, o actitud aparentemente conciliatoria hacia Irán o Cuba, por poner solamente dos ejemplos.
Como dice Josef Joffe, el mundo ama a Barack Obama porque éste, realmente, no parece norteamericano. Pero quizás sea, simplemente, porque Obama no muestra todo el poder de EEUU, como hacían, por ejemplo, Bush, Cheney o Rumsfeld. Pero el hecho de que no alardee de ese poder no significa que no lo tenga, ni que no lo vaya a utilizar.
El estilo cuenta, seguro, y hoy parece que, por muchas poses de firmeza que hagan en público Sarkozy o Merkel, de momento es suficiente para que Obama vaya plasmando en apoyos la simpatía que provoca. Hasta el punto de que en el Estado francés, por ejemplo, es más popular que el propio presidente de la República, algo que podía parecer imposible o inimaginable. Muchos creen que la implementación de las políticas de Obama (cuando realmente las implemente) son la alternativa a las políticas de Sarkozy.
Todo muy al estilo Clinton, en cierto modo, aunque con notables particularidades, motivadas tanto por las propias características de Obama como por el entorno: crisis económica, Irak, Afganistán....
Pero otra de las diferencias es la propia situación de las potencias europeas: Tanto en la cumbre del G-20 como en la cumbre de la OTAN, la segunda gran cita europea de Obama, pudo constatarse claramente que los europeos, a día de hoy, son unos socios menos efectivos de lo que la Casa Blanca podría esperar. La aportación de los socios de la UE a las inyecciones de capital a las entidades financieras internacionales (FMI, sobre todo) apenas llega a la mitad de lo que pondrá EEUU, y el número de soldados que los europeos enviarán a Afganistán para sostener la «nueva» estrategia de Obama bajo bandera internacional es pírrica (2.000 europeos por 20.000 estadounidenses). De todas formas, tampoco puede deducirse de este desequilibrio que la Unión sea un socio menor o poco fiable, puesto que, aunque débil, es absolutamente necesaria para la estrategia de Obama. De ahí que, una vez más, un inquilino de la Casa Blanca indique a la UE el camino a seguir: integración de nuevos socios hacia el este (incluida Turquía) y más potencia militar conjunta. Todo, a fin de cuentas, desde la óptica de siempre, que es la de la OTAN.
Buena parte del gran juego de Obama tendrá lugar en Irak, y también en Afganistán. De ahí que el final de su viaje a Europa pasara por una visita de cuatro horas y media a Bagdad. Obama quiere quitarse Irak de encima, puesto que bastante tiene con lidiar con Afganistán (o, mejor dicho, Pakistán-Afganistán) e intentar entablar una relación constructiva -aparentemente al menos- con Irán. Su problema es que, como dicen los anglosajones, «Irak is not over». El problema iraquí no está en absoluto resuelto ni superado, ni tan siquiera está en vías de solución.
A partir de ahí, Obama trata de vender el siguiente mensaje: «Los tiempos han cambiado, no vengo a dar lecciones, ya no se trata de `con nosotros o contra nosotros'». Y ese mensaje ha calado de inmediato en Europa, al menos en su opinión pública. El resultado es que el interés mediático en esta parte del Atlántico es enorme en relación a todo lo que tenga que ver con Obama, o con los Obama. El mensajero se ha metido a la UE en el bolsillo; el tiempo dirá si no es mucho más prudente seguir recelando del mensaje de la Casa Blanca.
En su campaña de comunicación, Obama ha insistido en que EEUU y la UE comparten valores y, por lo tanto, deben trabajar unidos. ¿Se concretará eso en un nuevo multilateralismo o, simplemente, en una reinvención del atlantismo? Posiblemente lo segundo, puesto que las disputas comerciales, por ejemplo, siguen abiertas, y éste es uno de los factores clave, ahora mismo, de las relaciones internacionales y de los equilibrios y desequilibrios de poder. De ahí que la cumbre bilateral UE-EEUU fuera más una cumbre de mensajes que de resultados. La única diferencia con la era Clinton es que éste quería que la UE fuera un aliado más fuerte para EEUU, y Obama quiere ser un fuerte aliado para la UE. Cuestión de semántica, quizás, o de actitud, o de seducción.
El que Barack Obama y su equipo hayan iniciado su andadura con un estilo situado en el extremo contrario del de George W. Bush, Dick Cheney y compañía no significa que el nuevo inquilino de la Casa Blanca sea menos «poderoso». Una cosa es que en las citas internacionales celebradas en estos ocho días de periplo europeo no haya hecho alarde de su fuerza militar y económica a la hora de abrir negociaciones con el resto de potencias, y otra que no piense usarla, llegado el caso, tanto en una mesa de negociación (financiera, económica, comercial o sobre equilibrios geoestratégicos) como sobre el terreno.
Pero sí es indudable que no ha hecho alarde de ello, ni tan siquiera cuando ha podido constatar que los europeos son más débiles de lo que aparentan.
Por otra parte, en sus discursos, especialmente en el que abogaba por un mundo sin armas nucleares, ha buscado intencionadamente dar una imagen de estadista de talla mundial, como si fuera a marcar una era, pero conviene recordar que no es el primero que lanza mensajes de ese estilo y que, como sus predecesores, también Obama se ha reservado el derecho a mantener su armamento mientras no desaparezca la amenaza de... En realidad, es un discurso muy manido, aunque, aparentemente, haya gustado a su colega ruso Medvedev (en cualquier caso, la clave en Moscú no reside en él, sino en Vladimir Putin).
Habrá que ver, además, en qué se concretan sus supuestos planes de reducir gastos en el presupuesto destinado a la seguridad y defensa. Algunas grandes empresas armamentísticas ya han mostrado su inquietud por estas declaraciones, pero está por ver que, finalmente, Obama pueda reducir gasto de las partidas asignadas al Pentágono.
Especialmente si no encuentra, y pronto, una salida adecuada a las guerras ya abiertas, al tiempo que controla el gasto, por ejemplo, bajando la tensión con Irán y frenando el famoso escudo antimesones. En caso contrario, lo tendrá complicado. Además, aunque parece navegar en la buena dirección, la labor de estos lobbies en Washington sigue siendo muy difícil de controlar, incluso para el presidente.
Es obvio que Obama ha recabado muestras inagotables de simpatía (aunque también de rechazo, pese a que casi sorprenda ya ver pancartas con el «Go home», otro logro de la Obama-manía), pero no está tan claro que los apoyos recibidos estén a la altura de las sonrisas mostradas. Ya hemos mencionado el escaso número de soldados que los europeos enviarán a Afganistán. Sin embargo, y aunque se trate de un aliado relativamente debilitado, la Unión Europea es fundamental para la estrategia que Obama diseñe para seguir controlando las relaciones internacionales. Uno de los problemas de esta tesis es la situación por la que atraviesa la Unión Europea, hoy más que nunca, un Objeto Político No Identificado. La expansión de la UE, precipitada a todas luces puesto que la mayoría de los socios centroeuropeos no estaban preparados para digerir el acervo comunitario impuesto en las negociaciones, ha demostrado en este primer golpe de la crisis que ésta ha pillado a la propia Unión sin los deberes hechos. Y no sólo porque no encuentra el modo de que la última reforma de los tratados entren en vigor, sino porque la diversidad de los intereses estatales y las distintas alianzas y modelos políticos y sociales integrados en la Unión chirrían cada vez que tratan de remar en la misma dirección.
El futuro de la Unión Europea, ahora mismo, es toda una incógnita. A 27 no funciona con la actual arquitectura institucional, y tampoco está muy claro que vaya a ser eficaz con el nuevo reparto del poder (siempre que los irlandeses den el «sí» cuando voten en su segundo referéndum a finales de año).
En realidad, la deriva actual parece colocar a la Unión ante una alternativa que siempre está sobre la mesa pero que nunca termina de ser plasmada por miedo a reventar la UE desde dentro. Un núcleo duro que avance mucho más que el resto, a quienes seguiría unido por las normas del mercado interior y poco más, sigue siendo una opción de futuro, una opción que plantea incógnitas, pero también expectativas.
Algunas de las imágenes y declaraciones que han podido verse y escucharse durante estos ocho días han sido ciertamente patéticas. Aunque no fue el único, Zapatero protagonizó uno de estos episodios. Las imágenes de un presidente español embelesado y las declaraciones mutuas de amor al nuevo «amigo» han avergonzado incluso en la propia capital del Estado español. Pero Zapatero no fue el único en ponerse al servicio de Obama. Ni tan siquiera Sarkozy y Merkel se libraron de la tela de araña del presidente de EEUU. A Brown, claro está, le va en el cargo.
En cualquier caso, tampoco importa mucho, porque los europeos siguen sin saber cuál es su papel en el mundo, y tampoco están para dar lecciones a nadie.
Es significativo que la prensa europea, en general, sea mucho menos crítica que la estadounidense con Obama. En Londres, muchos periodistas terminaron aplaudiendo al final de la rueda de prensa, comportándose, de facto, como los reporteros de guerra incrustados en las divisiones estadounidenses en Irak. Sí, también la prensa está en crisis.