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Otra película catastrófica con padre de familia heróico

«Señales de futuro»

El cine de ciencia-ficción es puesto al servicio de una superproducción de catástrofes, de la misma manera que la creatividad del cineasta australiano Alex Proyas se supedita a un vehículo de lucimiento para el estelar Nicolas Cage. El resultado es «Señales del futuro», un película de dos horas que, al menos, mantiene al público expectante e interesado por lo que ocurre en la pantalla durante hora y media. El final ya es otra historia bien distinta.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

¿Por qué Alex Proyas no tiene el reconocimiento que se merece? Esa es la gran pregunta que sale a colación cada vez que hay que comentar una nueva realización del cineasta australiano, que no acaba de encontrar su sitio en Hollywood. La clave para entender su desafortunada trayectoria reside en la poca repercusión que obtuvo su obra maestra «Dark City», convertida en una pieza de culto minoritario. En ella desplegó toda su creatividad como autor de universos siniestros y góticos, de un futurismo que no fue bien asimilado. No conectó con el gran público, y de ello se aprovecharon los hermanos Wachowski, que le robaron la inspiración para hacer una versión espectacular de su propuesta con el consiguiente éxito de la trilogía «Matrix».

El cine fantástico está en deuda con Proyas, al que sigue sin concederle la oportunidad de poder ser fiel a sí mismo. Está sometido a encargos que no son otra cosa que una desvirtuación genérica, porque con «Yo, robot» entró en una línea de servidumbre muy peligrosa. La película se decía basada en Isaac Asimov, pero lo cierto es que solamente era fiel a su patrón Will Smith. Entre medias, Alex Proyas regresó a Australia para hacer una realización de bajo presupuesto, ya que la comedia musical «Días de garaje», sobre un grupo de rock local, aparecía como la única posibilidad de controlar su trabajo con modestia y escasas pretensiones. Si ahora se vuelve a hablar de Proyas es porque dirige una superproducción catastrofista al servicio de Nicolas Cage, con todo lo que la operación tiene de renuncia a la propia autoría y obligada adecuación a una industria adocenada.

El extraño e inexplicable fenómeno Nicolas Cage habría que calificarlo de paranormal, en cuanto que se trata de un actor consolidado dentro del mercado cinematográfico, aun a pesar de que prácticamente nadie cree ya en su talento interpretativo. Al principio de su carrera, el hecho de pertenecer al clan Coppola le permitió trabajar con cineastas interesantes, pero pronto se vio que aspiraba a ser una estrella cotizada, lo que ha conseguido de forma sorprendente.

Las películas que protagoniza suelen ser basura comercial, cuyo relativo fracaso no le impide mantener un sueldo millonario, y eso que las menos consiguen triunfar en la taquilla. Los productores confían en él, tanto, que lo querían imponer como protagonista de «El luchador», a lo que Darren Aronofsky se negó en redondo. Menos mal que se salió con la suya y la arriesgada apuesta por Mickey Rourke se vio justamente recompensada. En internet, Cage cuenta con muchos detractores, actitud en teoría negativa que luego se traduce en una gran asistencia a sus estrenos. Con el actor se cumple la máxima: «Que hablen mal, pero que hablen».

Las primeras crónicas dicen, no obstante, que en «Señales de futuro» está más comedido. El hombre se toma en serio su cometido de padre de familia empeñado en salvar a la humanidad y, dentro de ella, a su propio hijo en primer lugar. No en vano está haciendo el mismo cometido que Tom Cruise en el remake de «La guerra de los mundos».

Estoy convencido de que la película de Alex Proyas no va a ser peor, ni mucho menos, que la de Spielberg. E insisto en citar la reciente versión de «La guerra de los mundos», porque define muy bien en lo qué ha derivado el cine de ciencia-ficción, al ser poco más que un envoltorio para superproducciones de catástrofes, en las que sólo cuenta la aparatosidad de los efectos especiales con alarmistas escenas de destrucción del planeta. Los guiones son muy malos y desprenden una moralina insoportable, al utilizar la perspectiva apocalíptica para hacer un canto a la salvaguarda de la unidad familiar y el estilo de vida norteamericano en el que se enclava. Todo eso está muy presente en «Señales del futuro», que, por hablar de siniestros premonitorios, remite bastante al argumento de la saga «Destino final», que ha puesto de moda las predicciones sobre los accidentes que vemos en las noticias, con los de aviación a la cabeza.

Pero en quien más se ha fijado Alex Proyas a la hora de dotar de la comercialidad exigida a este caro encargo es en Shyamalan, y más en concreto en su realización «Señales». Y es que, cuando a los guionistas se les complica una historia sobre fenómenos difíciles de explicar, recurren casi siempre a los extraterrestres para que les saquen de apuros.

La presencia extraterrestre en «Señales del futuro» ha supuesto una nueva decepción para los espectadores que esperaban verse sorprendidos con un final original, acorde con el interesante planteamiento de la película. Desde que Spielberg encontrase la fórmula mágica con «Encuentros en la tercera fase», es como si hubiera permiso para acudir al elemento alienígena cada vez que es necesario salvar a la humanidad en peligro. Los acontecimientos se desencadenan en esa dirección durante la última media hora de la proyección, para que el protagonista encuentre su redención. El desenlace resulta especialmente chocante debido a que la hora y media restante guarda una apariencia realista, mediante un suspense más o menos lógico, echado a perder in extremis. La crítica ha elogiado la capacidad técnica de Alex Proyas para rodar las secuencias de accidentes con un desgarrador realismo, tanto la del avión como la del metro de Nueva York, que son las que se pueden apreciar parcialmente en los trailers.

Pero tal sensación de inmediatez se ve traicionada durante la disparatada conclusión, hasta el punto de que el espectador pierde la perspectiva forzado por una brusca salida de tono. Las fugaces apariciones de unos enigmáticos seres a lo largo de la narración, cuyos cabellos color platino remiten a conocidos clásicos de la ciencia-ficción, rompen el misterio para materializarse en un delirante climax que no se sostiene.

Es una pena, teniendo en cuenta que el punto de partida prometía un desarrollo más inquietante e imprevisible. El prólogo viene a exponer a grandes rasgos lo siguiente: «En 1958 los alumnos de un colegio introdujeron en una lata que denominaron `la cápsula del tiempo' sus visiones sobre el día de mañana, enterrándola para ser abierta cincuenta años después. Llegado el momento, al leer los mensajes, uno de los colegiales del presente, hijo de un astrofísico, descubre unas claves cifradas que, estudiadas por su padre, se revelarán como una sucesión de fechas y localizaciones geográficas que advierten sobre graves siniestros con un elevado número de víctimas, hasta concluir en una apocalíptica profecía sobre la destrucción del planeta tierra».

NICOLAS CAGE

Es extraño el fenómeno de Cage, ya que, a pesar ser un actor consolidado en el mercado, casi nadie defiende ya su talento interpretativo. El hecho de pertenecer al clan Coppola le ofreció interesantes propuestas en un inicio, pero él optó por ser una estrella cotizada.

ARGUMENTO

En 1958 los alumnos de un colegio introducen varios objetos en una cápsula del tiempo que es desenterrada cuando años después. Cuando la encuentran, el padre de uno de los niños descubre que en los números de un papel dentro hay profecías apocalípticas.

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