De vez en cuando merece la pena (y es necesario) desempolvar algunas películas y darles algo de vida. La vida que a los filmes les proporcionan los nuevos visionados, lejos de los días de estreno y gloria. El tiempo es un buen medidor, es un delator de carencias. Esta vez los «culpables» de que os hable de uno de los éxitos del cine independiente europeo de hace unos años han sido mis alumnos. Preparan la puesta en escena de un debate y han escogido la película de Wolfgang Becker titulada «Good Bye, Lenin!». Una cinta, que a base de un humor tierno, un guión interesante y buenas actuaciones, retrata uno de los momentos más impactantes de la reciente historia de Europa, la reunificación alemana. La película habla de personas, de relaciones, de cómo las macroestructuras político-económicas afectan a las (micro) personas, les cambian la vida, dirigen su periplo vital hacia uno u otro lado.

Dejando aparte los tópicos de las ventajas que puedan ofrecer el comunismo o el capitalismo, «Good Bye, Lenin!» encuentra el modo casi perfecto para contarnos cómo podemos añorar un tipo de vida al que nos hemos acostumbrado, a pesar de las carencias, a pesar de las dificultades y de los aspectos más negativos de la misma. Nos aferramos a lo de siempre, nos cuesta cambiar, sobre todo porque, a veces, la mejoría que acompaña al cambio es por lo menos dudosa. En estos días de crisis, a veces me veo a mí misma añorando aquellos momentos en los que la «información» no corría a tamaña velocidad, tiempos en los que no había tanto donde escoger (los que pueden hacerlo) y ciertamente la vida era algo mas sencilla. Añoro aquellos tiempos, sí, y, al ver al personaje que interpreta Daniel Brül tratando de reconstruir con tan inmensa dulzura un pasado cotidiano para su madre enferma, me enternezco. Quizá esa sea la idea que más me ha conmovido de toda la película.

La idea de tratar de regresar a algo que no existe o que existió en otro tiempo puede ser divertida, pero dura poco tiempo. Añoramos aquello que hemos idealizado, pero que en realidad tampoco era tan maravillo como pensamos hoy. Todo aquel pasado que reinventamos al recordar no es más que eso, un invento construido, la idealización de lo vivido. La historia escrita a base de álbumes de fotos familiares, en pequeño, encierra pequeñas mentiras piadosas; la historia con mayúsculas trata de esconder las verdades menos dulces. ¿Quién sabe?, puede que la Coca Cola sea un invento comunista.