Michael Winterbottom se había acercado de pasada a la misteriosa figura de Ian Curtis, al recrear la escena musical de Manchester en su película «24 Hour Party People». Hace dos años Grant Gee realizaba el documental «Joy Division», en el que repasaba la andadura del grupo liderado por el joven y malogrado artista. Pero es el holandés Anton Corbijn el que más se adentra en su compleja psicología con este biopic, basado en las memorias escritas por su viuda Deborah Curtis, y que toma el título de «Control» de una de sus canciones emblemáticas. En ese tema habla de la epilepsia, una enfermedad que condicionó su oscuro carácter e influyó en su manera de moverse sobre el escenario, sin que nunca se supieran si los espasmos eran reales o fingidos.

En blanco y negro

Corbijn ha elegido la fotografía en blanco y negro, debido a que los recuerdos que tiene de esa etapa musical de finales de los 70 son sin color. Es una estética que responde a la propia naturaleza del after punk, un sonido sombrío que es claro precedente de las tendencias góticas y de lo siniestro en general. Curtis es retratado como un poeta maldito, interesado por la literatura de William Burroughs y J.G. Ballard, que se ahorcó a los 23 años. Antes de quitarse la vida estuvo viendo su película preferida, que era «Stroszek», de Werner Herzog, habida cuenta de la atracción que sentía por la locura del no actor Bruno S. Además, había escuchado el disco de Iggy Pop «The Idiot», cantante con el que coincidía en su voz grave y profunda, que le hacía parecer mayor de lo que era. Tras su desaparición, sus compañeros de grupo tomaron el nombre de New Order, aunque su legado se iba a hacer extensible a muchas otras formaciones posteriores.