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Una nación, con múltiples voces y poderosos enemigos, que busca su camino hacia el futuro

La jornada de Aberri Eguna tiene un sabor agridulce para todas aquellas ciudadanas y ciudadanos que aspiran a construir un futuro en libertad y plenitud democrática para la nación vasca. Por un lado, las celebraciones convocadas para este día reflejan que las fuerzas soberanistas, lejos de caer en el desaliento, van sumando fuerzas en este largo camino y tienen un horizonte futuro común; pero, por otro, el peso de la represión y de la imposición ejercidas sobre esas legítimas aspiraciones por el Reino de España y la República Francesa se dejan notar cada vez que se repasa el pasado más cercano, cada vez que se hace balance de lo sucedido desde el anterior Aberri Eguna.

Por ello, en días como el de hoy es necesario hacer un profundo ejercicio de reflexión sobre el camino recorrido y sobre el camino que todavía queda por recorrer. Una reflexión que no tiene por qué limitarse al ámbito de los partidos políticos o las centrales sindicales. La ciudadanía vasca tiene resortes suficientes para defender su nación, como lo ha demostrado a lo largo de los siglos, y tienen que ser sus ciudadanos y ciudadanas quienes adquieran el compromiso necesario para impulsar un proceso en el que todos los agentes que se denominan abertzales sean capaces de diseñar una hoja de ruta en la que aparezcan claramente definidas las etapas a cubrir y la meta final. En esas coordenadas se ubica la convocatoria realizada por un grupo de personas vinculadas a distintos sectores sociales de nuestro país que, con el bagaje acumulado por Nazio Eztabaida Gunea, apuestan por celebrar un Aberri Eguna de forma unitaria a ambos lados del Bidasoa, convirtiendo el puente de Santiago, entre Irun y Hendaia, en un símbolo de unión no sólo territorial -por encima de las fronteras impuestas por los estados- sino también político, de esa política con mayúsculas en las que tienen cabida distintas voces y diferentes proyectos sociales.

La unidad abertzale no tiene que basarse en la uniformidad social o política. Rechazar la pluralidad ideológico del mundo abertzale sería tanto como negar la evidencia: que Euskal Herria acoge en su seno una diversidad sociopolítica tan rica como la de cualquier otra nación. Y desde esa pluralidad debe surgir, con una sola voz, un mensaje unitario que exija a los cuatro vientos el reconocimiento nacional de Euskal Herria, el reconocimiento de los derechos colectivos e individuales de una nación que comparte desde hace siglos este espacio geopolítico y cultural que denominamos genéricamente Europa.

Por la fuerza o mediante la división

Si bien cada vez son más las voces ciudadanas y las identidades políticas que trenzan ese sentimiento unitario, no se debe caer en la ceguera de quien no quiere ver la realidad: todavía hoy, algunos agentes políticos y sociales prefieren utilizar esta jornada para «desmarcarse» del conjunto y presentar su proyecto político como el tarro de las esencias del abertzalismo. Curiosamente, quienes el Domingo de Pascua se perfuman con discursos autocomplacientes y entonan cánticos independentistas son los mimos que el resto del año pactan con el PSOE de los GAL o con el PP de la guerra de Irak o, por poner ejemplos más cercanos en el tiempo, con ese tándem PSOE-PP que nunca ha ocultado que su objetivo estratégico común, unitario, es disolver la nación vasca como un azucarillo en el marco constitucional español.

Desde Madrid y desde París, los enemigos de la construcción nacional de Euskal Herria miran hoy con lupa lo que sucede en nuestro país. Poderosos enemigos para esta pequeña nación, los dos estados también observan con preocupación cualquier movimiento de las fuerzas abertzales, especialmente si éste va encaminado hacia una unidad estratégica sólida. Y no hay que olvidar que son los estados francés y español quienes han apostado firmemente por la confrontación, porque su concepción estatal parte de sendos proyectos nacionalistas que necesitan negar, eliminar, los derechos colectivos de otras naciones para imponer las prerrogativas nacionales sobre territorios y personas que mantienen una identidad diferenciada.

Sólo partiendo de esa imposición pueden airear desde sus atriles institucionales mensajes como «soy tan francés como vasco» o «soy tan vasca como española». Lo hacen sin sonrojarse porque sus discursos son pura hipocresía y están destinados a calar en la sociedad como señales de su supuesta «moderación». Sus argumentos no resisten ni un pequeño asalto dialéctico -¿acaso los españoles no pueden sentirse españoles, sin más? o ¿las que nacen en París también necesitan sentirse vascas o bretonas para ser auténticamente francesas?- porque están basados en la razón de la fuerza.

Sólo cuando el mundo abertzale se presenta más unido, los estados se muestran más cautos en sus mensajes y, entonces, ofrecen «autonomía» o «descentralización», pero lo hacen sólo para dividir. Por ello, es conveniente distinguir muy bien entre la pluralidad ideológica y la identidad nacional, porque no son conceptos incompatibles, sino todo lo contrario: para defender la unidad de una nación es necesario sumar fuerzas.

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