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ANTE EL VII CONGRESO DEL DOMINGO

Barcina llega, la militancia recela y Sanz no se va

 

Ramón SOLA

Pocas cosas hay en la política vasca tan anodinas como un congreso de UPN. Desde la escisión de 1995, estas citas se han convertido en trámites plomizos, sin debate político de fondo ni conflictos de liderazgo. De hecho, suelen solventarse en una mañana (el programa del domingo prevé una duración total de cuatro horas). Además, la práctica unanimidad aparecida en el Consejo Político cuando se votó la ruptura con el PP hacía prever que este congreso volvería a ser una balsa de aceite, sobre la que UPN se limitaría a cambiar algo -Sanz por Barcina- para que todo siga igual.

Sin embargo, la entrada de la nueva presidente está provocando bastante más ruido del esperado entre las bases. Nadie duda de su valor como cabeza de cartel electoral, pero su ADN político no es el de UPN. Y no sólo porque nació en Burgos y creció en Portugalete, sino porque no se afilió al partido hasta entrada esta década -justo para ser alzada a vicepresidenta del partido por Sanz-. En un escalafón basado en el pedigrí, Barcina ha irrumpido a veces como un elefante en una cacharrería, dejando algunas heridas aún abiertas en departamentos del Ayuntamiento de Iruñea. Y tampoco fue clara su posición ante la ruptura del pacto con el PP.

Fue entonces cuando desde una buena parte de la afiliación se planteó la opción de que un hombre del partido como Alberto Catalán tomara las riendas de UPN y Yolanda Barcina se quedara con el relevo de Sanz en el Gobierno. Pero Barcina dijo no, con su habitual contundencia: «No creo en bicefalias. No puede haber un candidato a presidir Navarra que no pueda gobernar su propia casa». La bicefalia, por otra parte, no es el modelo que más gusta a UPN desde las constantes enzarzadas mantenidas por partido y gobierno a principios de los 90, cuando el heterodoxo Juan Cruz Alli hablaba de negociar una solución en Leitzaran o acudía a un acto en Amaiur por los muertos por la independencia de Nafarroa. Así que Catalán, más disciplinado, se retiró de la pugna. Sin embargo, las sospechas en torno a Barcina se multiplicaron entre las bases. La alcaldesa ha sido ovacionada siempre por su contundencia contra la izquierda abertzale o el movimiento popular, pero hay quien teme que en UPN saque también el látigo.

Pero no sólo la afiliación parece dudar. Miguel Sanz, en sus mayores cotas de popularidad interna tras la ruptura con el PP, se quedará en la Ejecutiva de UPN, además de en el gobierno hasta el año 2011. Y lo hará con un objetivo declarado que lo dice todo: «Procuraré que la gente siga las directrices de la nueva presidenta de UPN».

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