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Noam Chomsky Lingüista y politólogo estadounidense

¡Abajo la línea Durand!

La Línea Durand se refiere a la trazada por un funcionario colonial británico a finales del siglo XIX para definir el extremo occidental de India bajo dominio británico. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, pero Afganistán y Pakistán siguen siendo territorios estratégicos para los intereses hegemonistas de las diversas potencias. Dentro del contexto de ese Gran Juego, Chomsky analiza la situación y los posibles desarrollos en la zona bajo una premisa clara y contundente: «los problemas de Afganistán deben ser resueltos por los afganos».

Desde la antigüedad, la región ahora conocida como Afganistán ha sido una encrucijada para potenciales conquistadores. Alejandro El Magno, Genghis Khan y Tamerlán reinaron allí.

Durante el siglo XIX, los imperios británico y ruso trataron de conquistar la supremacía en Asia Central. Esa rivalidad fue calificada como El Gran Juego. En 1893, sir Henry Mortimer Durand, funcionario colonial británico, trazó una línea de 1.500 millas para definir el extremo occidental de India, controlada por Gran Bretaña. La Línea Durand atravesaba áreas tribales de pashtunes que los afganos consideraban parte de su territorio. En 1947, la parte noroccidental de la región se convirtió en el nuevo Estado de Pakistán.

El Gran Juego continúa en Afganistán-Pakistán, o Afpak, como se lo llama ahora. El término tiene sentido en una región, a ambos lados de la porosa Línea Durand, que la población nunca aceptó y a la que el Estado de Afganistán, cuando todavía funcionaba, siempre se opuso.

Un indeleble marcador histórico es que los afganos siempre combatieron a todos los invasores.

Afganistán continúa siendo un premio geoestratégico en el Gran Juego. En Afpak, el presidente Barack Obama ha actuado, de acuerdo con sus promesas de campaña, acrecentando la guerra de manera considerable, haciendo avanzar los patrones de escalamiento llevados a cabo por el Gobierno de George W. Bush.

En la actualidad, Afganistán está ocupado por Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La presencia militar extranjera sólo genera confrontaciones, cuando lo que se necesita es un esfuerzo común entre las potencias regionales concernientes, entre ellas China, India, Irán, Pakistán y Rusia, que pueden ayudar a los afganos a enfrentar sus problemas internos, como muchos creen que pueden.

La OTAN ha ido mucho más allá de sus orígenes durante la «guerra fría». Luego del colapso de la Unión Soviética, esa organización perdió el pretexto para su existencia: la defensa contra un hipotético ataque ruso. Pero rápidamente asumió nuevas tareas. El presidente Bill Clinton, violando las promesas hechas a Mijail Gorbachov, la amplió hacia el Este, seria amenaza para Rusia, y eso, de manera natural, incrementó las tensiones internacionales.

El asesor de Seguridad Nacional del presidente Obama, James Jones, comandante supremo de la OTAN en Europa entre 2003 y 2006, es partidario de su expansión hacia el Este y el Sur. Esos pasos reforzarán el control de los suministros de energía de Estados Unidos en Medio Oriente.

También es partidario de que cuente con una fuerza de respuesta, que dará a la alianza controlada por Estados Unidos mayor capacidad para hacer cosas con rapidez en distancias muy largas.

Esa misión de la OTAN podría incluir el proyectado oleoducto TAPI, que está siendo construido a un costo de 7.600 millones de dólares, y que entregará gas natural desde Turkemenistán a Pakistán e India. Las tuberías atravesarán la provincia afgana de Kandahar, donde hay emplazadas tropas canadienses. Washington ha propiciado TAPI porque bloqueará un oleoducto competidor desde Irán a India y Pakistán, y reducirá el control de la energía del Asia Central por parte de Rusia. Pero no resulta claro, sin embargo, si esos planes son realistas a raíz de la actual agitación en Afganistán.

China podría representar la principal preocupación de Washington. La Organización de Cooperación de Shanghai, con sede en China, y que algunos analistas consideran un potencial contrapeso a la OTAN, incluye a Rusia y a los estados del centro de Asia. India, Irán y Pakistán son observadores y existen especulaciones sobre si se sumarán a la organización. China también ha profundizado sus relaciones con Arabia Saudita, la perla de la corona en el sistema de suministro petrolero.

Una fuerza que se opone a las maniobras de la gran potencia es el vigoroso movimiento de paz que está creciendo en Afganistán. Los activistas han pedido el fin de la violencia y que se entablen negociaciones con el Talibán. Esos afganos dan la bienvenida a la ayuda externa, pero para la reconstrucción y el desarrollo, no con propósitos militares.

El movimiento de paz está recogiendo tanto apoyo popular en Afganistán que los soldados que Estados Unidos está enviando a ese país no sólo enfrentarán al Talibán, sino también a un enemigo desarmado, pero igualmente sobrecogedor: la opinión pública, informa Pamela Constable, de «The Washington Post», tras una reciente visita a Afganistán. Muchos afganos dicen que más tropas extranjeras, en lugar de ayudar a derrotar a los insurgentes, exacerbarán el problema.

La mayoría de los afganos entrevistados por Constable dicen que prefieren un acuerdo negociado con los insurgentes. El primer mensaje del presidente afgano Hamid Karzai a Obama, y que al parecer nunca fue respondido, fue que cesaran los ataques a los civiles. Karzai también informó a una delegación de las Naciones Unidas que desea un cronograma para la retirada de tropas extranjeras (esto es, de Estados Unidos). Por lo tanto, ha perdido el favor de Washington. Como resultado, ha pasado de ser un favorito de los medios de prensa estadounidenses a ser un líder corrupto y poco confiable, etcétera. Hay versiones periodísticas de que Estados Unidos y sus aliados están planeando marginarlo en favor de una figura de su elección.

La popularidad de Karzai también ha declinado en Afganistán, aunque sigue siendo muy superior a las de las tropas de ocupación estadounidense.

Una perspectiva útil proviene de un corresponsal británico con mucha experiencia, Jason Burke, quien escribe: «todavía tenemos esperanzas de construir el Estado que nosotros queremos que los afganos deseen, en lugar del Estado que en realidad ellos desean. Si se pregunta a los afganos qué Estado desearían tener, muchos responderán: `algo parecido a Irán'...».

El papel de Irán es especialmente importante. Tiene relaciones muy estrechas con Afganistán. Se opone vigorosamente al Talibán y ofreció ayuda sustancial para echarlo. Y como recompensa, recibió el sambenito de formar parte del eje del mal. Irán tiene más interés en un Afganistán floreciente y estable que cualquier otro país, y mantiene relaciones naturales con Pakistán, India, Turquía, China y Rusia. Esas relaciones podrían desarrollarse, tal vez, en asociación con la Organización de Cooperación de Shanghai, si Estados Unidos continúa bloqueando las relaciones de Irán con el mundo occidental.

La pasada semana, en una conferencia de la ONU sobre Afganistán efectuada en La Haya, Karzai se reunió con funcionarios iraníes que prometieron ayudar con la reconstrucción y cooperar en los intentos regionales para frenar el narcotráfico en la nación asiática.

La política de escalada de Bush y Obama no permite un acuerdo pacífico en Afganistán o en la región. Lo que resulta importante es que haya negociaciones entre los afganos sin la interferencia extranjera, ya se tate del Gran Juego o de otra cosa. Los problemas de Afganistán deben ser resueltos por los afganos.

© La Jornada

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