El último documental de Michael Moore se estrena aquí con un perjudicial retraso, puesto que fue concebido como un ataque frontal contra la administración Bush. Con la llegada de Obama al poder ya no puede ser visto con los mismos ojos, dadas las intenciones de sacar adelante un nuevo plan de salud, muy diferente del que fracasó con Clinton, a la vez que la relación con Cuba parece empezar a tomar un nuevo rumbo. Este último aspecto resulta fundamental en «Sicko», toda vez que Moore viajó a Guantánamo con un grupo de voluntarios que participaron en las tareas de rescate del 11-S, sufriendo intoxicaciones y cayendo enfermos. Ante la negativa de las autoridades sanitarias norteamericanas a costear su tratamiento, el cineasta viajó a Cuba con ellos para denunciar que los prisioneros de Guantánamo reciben una mayor atención. Al no ser tampoco tratados allí, la alternativa fue aceptar la hospitalidad de la Sanidad cubana y sus servicios totalmente gratuitos. Las actividades de Moore en la isla fueron investigadas y como fruto de esa vigilancia fue denunciado bajo la acusación de no respetar el bloqueo norteamericano a Cuba. Pero también se desplazó a otros países, a Canadá, a Inglaterra y al Estado francés. El objetivo de dichas visitas era comparar el funcionamiento de los sistemas de salud públicos extranjeros con el de los EE.UU., por salir mal parado de cualquier comparación al cubrir a una mínima parte de la población total. La deficiente cobertura facilita el negocio de los seguros privados y de la industria farmacéutica, que imponen a los pacientes el pago de cualquier mínima consulta. La casuística presentada por Moore sirve para denunciar una especulación inhumana.