Se despidió Ibarretxe de los periodistas y muchas y muchos sacaron del cajón el obituario político que ya le habían redactado. De entre todo lo publicado ayer destaca por su especial virulencia el artículo titulado «Despedida de un fracasado» y firmado por Isabel San Sebastián en «El Mundo».

No oculta -ni lo intenta- el inmenso sufrimiento padecido durante los mandatos de Ibarretxe, diez años de gestión que describe como «la historia de un fracaso gigantesco. De un fraude que la Historia evaluará en sus justos términos, cometido contra el conjunto de la sociedad vasca. De un proyecto delirante que ni los muertos, ni el pesebre, ni la formidable maquinaria de adoctrinamiento puesta en marcha en las escuelas, ni la instrumentalización desvergonzada de la televisión pública, ni todos los eufemismos empleados en su defensa, han sido capaces de llevar a término... afortunadamente». Ya ven por dónde van los tiros.

Pero lo mejor es la confesión de parte. Isabel San Sebastián nos da una lección de periodismo y descubre su particular forma de entender la vida: «Una de las satisfacciones que brinda el oficio de periodista, pródigo por otra parte en sinsabores, es la constatación de que, más pronto o más tarde, todos aquellos que desde el poder te han tratado con desprecio, te han amenazado, han intentado desacreditarte porque cumplías con tu deber denunciando sus abusos y, en definitiva, han cometido el error de creerse eternos e invencibles (una trampa en la que caen demasiados), acaban pasando ante tu puerta en forma de cadáveres políticos, a poco que tengas la paciencia de sentarte a esperar ese momento. Digo bien todos (aviso a navegantes) y, por supuesto, Ibarretxe no es la excepción. En su caso, lo confieso, mi alegría es proporcional a la arrogancia e incompetencia con la que ha desempeñado el cargo». Así se entiende mejor ese rictus amargo de Isabel. Y, para que sepan los jelkides con quien se juegan los cuartos, vean lo que promete Isabel y lo que le desea a Ibarretxe: «Un escenario en el que no hay espacio ya para este personaje, que habrá de buscar un rincón donde lamerse las heridas». ¡Qué vengativa!