Alerta sanitaria por la nueva gripe
Jugando a los dados con los virus
Mientras las farmacéuticas se aprestan a fabricar millones de dosis de una nueva vacuna y los servicios sanitarios de medio mundo se preparan para la pandemia, no está de más reflexionar si de nuevo optamos por poner un parche en lugar de buscar el foco del problema.
Joseba VIVANCO
Cuando nuestros antepasados comenzaron a levantarse para caminar erguidos, los virus ya estaban allí para empezar a atacarles. No en vano, la palabra virus en latín significa veneno. Y desde entonces, siguen erre que erre. Cuando los humanos vivían en pequeños grupos de cazadores, esos microbios trataban de «respetar» a sus huéspedes. La máxima microbiana era aquella de «no muerdas la mano de quien te da de comer»; si ese grupo humano moría, el virus se extinguía con él.
Tampoco es que los virus lleven miles de años maquinando en nuestras propias narices para provocar la pandemia definitiva, como pudiera esperarse después de tanto «intento» en el último siglo. Los virus no son seres vivos por sí solos, ya que no pueden reproducirse. No «piensan». Para ello necesitan un huésped, sea humano o animal. Son sólo un «trozo de programa», apropiándonos del lenguaje informático, listo para engañar al software humano y multiplicarse.
«El mundo es un proceso de adaptación constante entre el ser humano y el resto de los seres, es parte de la evolución natural. Algunas bacterias son nobles y podemos convivir con ellas y hasta existimos gracias a ellas. Otras son perjudiciales y no estamos preparados para cohabitar; ahí aparece el conflicto», escribía el infectólogo Néstor Jacob en un artículo publicado en «Nature» sobre la responsabilidad del ser humano en el resurgimiento de enfermedades infecciosas.
Como resumió en una memorable frase el Premio Nobel Peter Medawar, un virus no es sino «un trozo de ácido nucléico rodeado de malas noticias». Solos son inofensivos, pero dales un anfitrión y cobrarán vida. Han estado ahí desde siempre y se perpetuarán incluso después de que nuestro Sol se extinga dentro de unos 5.000 millones de años.
En el último siglo, la referencia de la que todos echan mano, incluidos estos días los portavoces de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la mal llamada «gripe española» de 1918, que afectó a la mitad de la población mundial y se cobró 20 millones de vidas en cuatro años. Por cierto, apenas un par de años antes, un virus causante de una extraña enfermedad que invitaba a los afectados a dormir y no despertarse más, mató a cinco millones de personas en una década. Pero apenas se habló de ella.
Desde entonces, la población mundial ha vuelto a estar en repetidas ocasiones al borde del vértigo, porque virus como el propio H1N1 que desató aquella pandemia de principios de siglo volvió a despertarse periódicamente en 1933, en los años 50, en los 70 y, después de no saber a dónde había ido, vuelve a reaparecer ahora en una nueva variante en el brote de gripe porcina surgido en México estos días.
Los especialistas en virología aguardan desde los años 80 del siglo XX un brote pandémico que ponga a prueba la falta de inmunidad de la población mundial y la salud de los sistemas sanitarios. La aparición del VIH sirvió de ensayo real, avisos como el de la neumonía respiratoria (SARS) aparecido en 2003 en Asia fue un aviso que se confirmó como prueba de fuego dos años después, con la irrupción del virus H5N1 de la gripe aviaria. La actual alerta mundial por otro desconocido virus aún debe aclarar si de nuevo los microbios nos darán otra oportunidad para prepararnos.
Lo que no deja lugar a las dudas son los datos objetivos. Entre 1940 y 2004 aparecieron 335 infecciones nuevas, amén de aquéllas que resurgen con motivo del mal uso y abuso de los antibióticos. «Ha llegado la hora de cerrar el libro de las enfermedades infecciosas», volvió a pecar de ego el ser humano a principios de los años 60, esta vez por boca del director entonces de la Dirección General de Salud Pública estadounidense, William Steward. La eficacia de la penicilina generó una falsa tranquilidad.
La alteración de ecosistemas
Sólo en los últimos cinco años, la OMS ha constatado más de 1.100 brotes infecciosos de gravedad en todo el mundo. Muchos lo califican ya como la «revolución de los microorganismos». Y la mayoría, hasta el 60% de las nuevas infecciones se corresponden con enfermedades que saltaron de los animales a los humanos. Y detrás de muchas de ellas está la responsabilidad humana. ¿Cómo, si no, se expandió el VIH que latía restringido en la selva africana? No sólo la globalización tiene la culpa, como muchos analistas erróneamente apuntan, sino sobre todo la ocupación por parte del ser humano de lugares que no le correspondían. Y la naturaleza se defiende.
La globalización sí, también los cambios del clima y el potencial calentamiento del planeta, pero mucho más aún la alteración de ecosistemas a lo largo y ancho del planeta, despertando y alterando la pacífica vida de desconocidos microorganismos. Incluso desconocemos por completo lo que la liberación durante décadas de productos antibióticos, biocidas o bactericidas está generando en la fauna bacteriana.
Hace sólo unos días se publicaba un mapa del Globo en el que se buscaba el lugar más alejado de la civilización. Más allá de que éste estuviera en la meseta siberiana, lo dramático del estudio era que sólo queda un 10% del planeta que esté a más de 48 horas de viaje por tierra. Increíblemente, sólo el 20% de la selva amazónica está a más de dos días de distancia de una ciudad.
Sobreexplotación amimal
¿Y qué pinta en todo esto el último brote de gripe porcina que ha disparado todos los niveles de alerta sanitaria? Así como las aves salvajes son un perfecto embajador de virus gripales, pero donde ni mutan ni evolucionan, ocurre todo lo contrario en las aves de corral y en los cerdos. Aquí, los virus se mezclan, mutan y se recombinan, dentro de ellos, entre ellos y de paso se interelacionan con los de los propios seres humanos.
Y aquí, el cerdo constituye, como lo definía el doctor Raúl Ortiz de Lejarazu, director del Centro español de la Gripe, «una coctelera genética ideal para establecer nuevos linajes de virus con potencial pandémico en humanos, por tener receptores en su tráquea para virus aviar y virus de origen humano».
Las recientes epidemias de subtipos de gripe aviaria nos metieron el miedo en el cuerpo, pero como teme este experto virólogo, «pueden constituir una amenaza de transmisión al cerdo y constituir la antesala de una mejor adaptación de virus nuevos al hombre». En el caso del brote mexicano, los investigadores se han topado con un inédito tipo de virus del H1N1 pero con ADN de cuatro cepas diferentes -dos porcinas, aviaria y humana-. Una mezcla no vista hasta ahora.
Detrás de tanta recombinanción y mezcolanza es evidente que también está la masificación de las industrias ganaderas, en este caso porcina. El hacinamiento y la sobreexplotación animal, junto a la desorbitada medicalización de los animales, dan como resultado un caldo de cultivo impredecible.
Ocurrió con la gripe aviaria asiática, pero el modelo de explotación sigue siendo el mismo y más en un escenario como el hacinado sudeste asiático, un descontrolado laboratorio natural de la gripe. El H5N1 que nos puso el agua al cuello se quedó, finalmente, a sólo dos cambios genéticos de una pandemia -recordemos que el nivel de alerta máximo llegó al 3, frente al actual 5-. Pero, seguramente, hoy sigue intentándolo.
Una sobreexplotación animal que tiene detrás una explicación tan sencilla como que comemos demasiada carne. La demanda mundial de carne es exagerada. «Para evitar en el futuro nuevas y devastadoras epidemias, la única solución quizá sea hacernos todos vegetarianos», ha llegado a decir estos días uno de los microbiólogos más prestigiosos y uno de los ayudó a desvelar el virus del VIH, Robert Gallo. Seguro que no es casual que los nativos americanos, que no criaban animales domésticos ni usaron caballos hasta la llegada de los europeos, no conociesen las enfermedades infecciosas.
El nuevo virus puede que desencadene una pandemia mundial, aunque sin una virulencia preocupante. Lo que preocupa es que su facilidad para «viajar» provoque que a mayor extensión del virus, mayor posibilidad de mutar o recombinarse. Y ese pleno al quince pasa por un virus nuevo, que se transmita fácilmente y sea virulento. Como suele recordar la OMS, es cuestión de tiempo, porque si lanzas los dados demasiadas veces, alguna vez saldrá la combinación ganadora.