Ainara Lertxundi Kazetaria
30.000 vidas robadas y silenciadas
No cambiaría la peor de las verdades por la mejor de las mentiras. Más allá de lo duro que pueda ser, para que cada uno sea libre debe estar parado sobre la verdad». Es el testimonio de un nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo en 2005, cuando tenía 28 años. Sus padres, detenidos y torturados, siguen desaparecidos. La dictadura, en Argentina, no se limitó a hacer desaparecer a parte de una generación, también tomó como botín de guerra a 500 niños y niñas, algunos nacidos en cautiverio y otros secuestrados junto a sus padres.
Los militares argentinos tuvieron de quién aprender. Tres décadas antes, en 1936, y al otro lado del océano, Franco, sus tropas y todos sus tentáculos, entre los que se incluye el Auxilio Social, robaron hasta mediados de los años cincuenta a 30.000 menores, a los que les ocultaron su identidad, cambiaron de apellidos, los dieron en adopción o metieron en hospicios. Sus padres, fusilados o encarcelados. 70 años después, aún no han podido tejer, reconstruir el hilo de su vida. El escritor Benjamín Prado acaba de presentar en Buenos Aires el libro «Mala gente que camina», en el que recupera algunas de esas historias. En un marco tan simbólico por lo vivido como la capital argentina, ha denunciado el ocultamiento y silenciamiento premeditado de esta realidad en el Estado español.
El engranaje franquista para «separar el grano de la paja» y salvar a aquellos niños del marxismo, tal y como decía el siquiatra militar Antonio Vallejo Nájera, con quien Franco tenía gran sintonía, funcionó a la perfección. Y aunque en el camino dejaron algunos cabos sueltos, se encargaron de que aquel robo masivo de la identidad quedara en el más absoluto de los silencios y, sobre todo, impune. La terrible cifra de los 30.000 no ha movido ningún resorte, ni siquiera entre quienes a la hora de hablar de Argentina, Chile u otras dictaduras ajenas se llevan las manos a la cabeza. Como afirma una abuela argentina que a sus más de 80 años sigue buscando a su nieta, «el Estado no ha dado respuesta a lo que el propio Estado hizo con toda la juventud de aquella época».