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Gorka ANDRAKA | Periodista

Las recetas del oro

 

De la fiebre del oro, mal de ricos, poco se habla. Y eso que con la crisis se ha disparado. Una onza de oro cuesta hoy 900 dólares, cuatro veces más que hace una década. El sistema se tambalea y el metal amarillo resurge como un pilar sólido. China, por ejemplo, anunció hace unos días, para sorpresa de todos, que en los últimos cinco años ha duplicado sus reservas de oro hasta convertirse en el sexto país del mundo que más reluce. Oros son triunfos. Y repiten su jugada: acumulan y ganan.

No siempre fue así. En «El oro que cura», del libro «El río que se secaba los jueves (y otros cuentos imposibles)», el escritor gallego Víctor Gónzalez fantasea sobre el poder terapéutico de ese metal precioso. «En otro tiempo el oro llegó a usarse a menudo como medicamento y, según parece, era muy eficaz: lo curaba todo. Se empleaba de distintas maneras. Poniéndolo sobre las heridas, estas restañaban de inmediato; si se frotaba con una porción de oro la cabeza de un necio se volvía inteligente y, convenientemente aplicado en el rostro o en el cuerpo, hacía hermosa a la mujer más fea. Pero el mejor sistema de todos era este: se entregaba el oro al enfermo. Con eso bastaba». Las aspirinas de oro obraban milagros.

Hacerse de oro, un sinsentido, un empeño suicida, inhumano. El escritor griego Dimitris Calokiris vislumbra en un cuento un invento que, de materializarse, pasará a la eternidad: «Una radiación emitida por satélite que descompondrá la estructura molecular del oro, haciendo desaparecer de todas partes la riqueza acumulada y que, por tanto, desterrará para siempre la injusticia social». Una máquina desafortunada, anticapital. El remedio ideal.

 
 
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