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CRÓNICA | Festival de Clowns de Arrigorriaga

Una magnífica coctelera de imaginación y humor en Arrigorriaga

La décimo cuarta edición del Festival de Clowns y Payasos de Arrigorriaga va dejando un trazo de novedades, descubrimientos y propuestas que escapan de lo habitual.

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Carlos GIL Crítico teatral

Arrigorriaga ofreció trabajos de artistas de todo el mundo que vienen avalados por su capacidad para convertir lo más cotidiano en algo excepcional, capaces de crear mundos paradójicos con los elementos más corrientes, todo ello acompañados de una espléndida destreza técnica aplicada a unas condiciones artísticas siempre en superación que se alimentan de la observación del ser humano y de la aplicación de la imaginación como catalizador de energías y canalización de las ideas más descabelladas. Payasos, malabaristas, números circenses en todos sus formatos con el denominador común del humor, pero traspasando ese lugar acomodado para entrar en vericuetos más arriesgados y convirtiendo esta cita en imprescindible que logra cada vez una aceptación multitudinaria de públicos diversos.

El trabajo de los franceses de «Cie Chabatz d'entrar» proponen una relación pausada, una suerte de minimalismo regenerativo, orgánico. Los materiales que utilizan para todos sus números son primarios.

Maderas, tablones, cuerdas, y se dedican a crear estructuras de aparente imposible equilibrio sobre las cuales hacen sus piruetas, sus números circenses entendidos no como una exhibición de sus cualidades o fuerza, sino como un juego expandido, contagioso, en el que los tres intérpretes se involucran de una manera aparentemente espontánea, aunque existe una dificultad añadida, precisamente por utilizar esos materiales ya que unos zancos de madera, no aportan la flexibilidad ni fiabilidad del aluminio. Para poner un pero, las transiciones entre números están pensadas para un ritmo de teatro de adultos y su público mayoritario eran niños alborotados por los tiempos muertos.

Adrian Schvarstein es un gran cómico, payaso, director de espectáculos, con una personalidad muy acusada que logra con «La cama», chaplinesca, sabiendo convertir la participación del público en un estilo, logrando que completen hasta físicamente su propuesta y que sin palabras, con su poderosa mirada, su capacidad para atraer y distribuir la energía que le rodea con un gesto mínimo, va desarrollando una tierna historia. Su cama móvil y los cacharros que acompañan al atrabiliario personaje como único bagaje conforman una propuesta estética significativa.

Los belgas de «Shake That», que ofrecieron su espectáculo homónimo, son unos malabaristas de última generación, que ofrecen uno de los espectáculos más brillantes que hemos presenciado en los últimos tiempos.

El escenario es la barra de un bar, de una coctelería para ser precisos, y los cinco camareros, asumiendo además roles de caracterología marcada van contando unas historias divertidas a la vez que hacen malabares, juegos de magia con las botellas, las cocteleras, los limones o las naranjas y en un despliegue físico, coreográfico, de coordinación y concreción hacen, y no es broma, cuatro cócteles reales que dan a beber al público.

Un trabajo con un ritmo trepidante que nos muestra a unos virtuosos de los malabares expresados con humor, capaces de hacer números de magia con una ocurrente sencillez pero que entrañan dificultades de primera magnitud y creando una atracción constante durante la hora que dura su fascinante obra de arte, en donde el espacio escénico, el vestuario y las actuaciones forman una propuesta de gran entidad, de una calidad remarcable que llega a todos los públicos.

Elliot se presenta solo en el escenario para ofrecer su reconocido espectáculo «Rock Comedy Show». Un micrófono, un taburete, y una cuidada técnica, más generalista y recurrente en lo lumínico y fundamental por su precisión y elaboración en el sonido que forma parte esencial de la propuesta dramática.

El humor, el clown, cantante, con explosiones de una gran potencia física, capaz de hacer una aparente introducción de veinte minutos simplemente contando su afonía, que involucra a personas del público, a los técnicos del teatro, que crea un ambiente de complicidades multidireccionales y que acaba contagiando a todos con sus descargas de energía controlada a ritmo de rock and roll.

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