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Una alternativa más allá del escepticismo

La percepción que los europeos tienen sobre Europa es dispar. Europa puede ser, según el interlocutor, bien un continente, bien la cuna de ciertos valores considerados centrales para el desarrollo de la humanidad, bien un contrapoder a otras potencias hegemónicas, bien un organismo burocrático inmenso, bien un proyecto político y económico regional, bien un mercado común... Ninguna de esas concepciones es ni del todo errónea ni del todo aceptada, pero todas expresan claramente los puntos en los que se basan las diferentes visiones sobre el proyecto político continental, que van desde el escepticismo más despiadado hasta una reivindicación totalmente naif.

En todo caso, la Unión Europea tiene a día de hoy más poder real del que tanto escépticos como apologetas le otorgan. No obstante, los límites de ese poder son evidentes. En primer lugar, el proyecto político europeo está limitado por la absoluta primacía de los estados sobre la propia estructura supraestatal, así como por los diferentes grados de influencia de esos estados dependiendo de su poder relativo en el conglomerado europeo. En segundo lugar, la indiferencia social respecto a la construcción europea acrecenta la falta de legitimidad de unas estructuras que en la mayoría de los casos tampoco tienen en cuenta los intereses de esa ciudadanía a la que dicen representar. En tercer lugar, la condición de aliado regional de los Estados Unidos que han adoptado desde su inicio los promotores de la UE hace que su papel en el terreno geopolítico sea anecdótico o, directamente, triste. No son éstos los únicos elementos que hacen que la UE no despegue ni de cara al exterior ni de cara al interior, pero son sin duda algunos de los que amortiguan su capacidad e influencia política.

Por otro lado, aún no se ha construido una alternativa sería e integral al actual modelo. Los movimientos altermundistas han hecho bandera del escepticismo, pero su rechazo a la influencia de los partidos tradicionales y al poder como concepto ha minado su influencia. Mientras tanto, los partidos de izquierda del centro y norte de Europa avanzan en esa línea. Son la referencia y la alternativa a un escepticismo autocomplaciente.

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