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El Parlamento europeo se renueva en junio

Treinta años de fracaso en la estrategia comunicativa

Josu JUARISTI

Nos guste o no, el Parlamento Europeo tiene mucho que ver en nuestra vida cotidiana, aunque la inmensa mayoría desconozca cuáles son sus ámbitos de actuación. La Cámara está muy alejada de los ciudadanos a los que dice representar y sus intentos por acercarse a ellos y actuar con aparente transparencia chocan con la percepción mayoritaria de que Bruselas es centro de un aparato burocrático descomunal donde -entre otros- los diputados cobran mucho y trabajan poco y, además, casi nunca explican a sus electores lo que hacen.

En este sentido, han sido esclarecedoras las presiones para forzar el cierre de una página web (parlorama.eu) que pretendía monitorizar el trabajo de los diputados. Su creador, Flavien Deltort, comenzó a hacer pública en abril una clasificación en función de la asistencia a las sesiones plenarias y a los comités y del volumen de trabajo producido (informes, opiniones y resoluciones adoptadas y cantidad de cuestiones escritas y orales expuestas ante el pleno), pero levantó tantas ampollas y provocó tantas protestas de los parlamentarios europeos que se vio forzado a clausurar (temporalmente, según afirmó a finales de abril) su página web. El propio Deltort admitió que su sistema de monitorización del trabajo de los parlamentarios podía no ser científico, y que fallaba al cuantificar o valorar otras actividades propias o inherentes de su trabajo fuera de la Cámara. Pero lo cierto es que algunas de las conclusiones de su «vigilancia» dejaban en muy mal lugar a muchos diputados europeos.

Deltort no sólo ha recibido críticas, y las muestras de apoyo podrían llevarle a reabrir la página web en breve (en algunos medios se indicaba que, quizás, esta misma semana).

La polémica suscitada con la iniciativa de Flavien Deltort (antiguo asistente de un parlamentario italiano) ha tenido, en cualquier caso, la virtud de volver a colocar en primer plano una cuestión que sí es importante: cómo evaluar a los diputados europeos. Una cuestión que los miembros del Parlamento no quieren abordar porque eso, probablemente, desnudaría a muchos de ellos ante la opinión pública. La página parlorama.eu no es la única iniciativa destinada a cumplir este objetivo. Destaca, por ejemplo, la iniciativa Europa Agora para evaluar a los representantes franceses en Estrasburgo.

En cualquier caso, el Parlamento gasta ingentes cantidades de dinero en publicaciones, traducciones, notas de prensa y servicios supuestamente informativos (televisión incluida) para contrarrestar su pobre imagen, pero su política de comunicación sigue fracasando legislatura tras legislatura y, si los datos de participación se confirman, su déficit de legitimidad debería ser insostenible. Y, aunque es cierto que hoy actúa en muchos ámbitos de la política comunitaria, y que puede ganar más terreno aún a los estados, en las áreas sensibles para los ciudadados (como la política exterior) sigue sin pintar nada, y todo o casi todo está en manos de los estados. Además, cuando realmente puede aportar más, o dar un impulso en tiempos de incertidumbre, como durante la «crisis constitucional» de 2005, su iniciativa e incidencia es mínima.

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