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Análisis | Elecciones en Argentina

El día en que Cristina Kirchner puede convertirse en primera ministra

Cristina Fernández y su marido, jefe del proyecto político gobernante, enfrentan un desafío electoral que les puede deparar una derrota y podría dar la vuelta por primera vez en seis años de poder kirchnerista a la mayoría con la que vienen contando en ambas cámaras

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Daniel GALVALIZI Periodista

Los comicios anticipados de junio, con la popularidad de los Kirchner en horas bajas, puede derivar en un cambio tal en la relación de fuerzas en el Legislativo que podría convertir a la presidenta en una virtual primera ministra obligada a buscar la constante aprobación del Parlamento.

La pésima relación con la oposición y la crispación social reinante desde hace más de un año lleva a que un posible Congreso opositor busque imponer en el futuro inmediato sus condiciones al Ejecutivo como nunca antes desde el retorno de la democracia. En este contexto desalentador, los Kirchner encaran la campaña con desesperación y furia.

A por ellos. La ofensiva constante contra los partidos opositores y los medios de comunicación, sumado a un estilo cerrado y autocrático de practicar el poder, hicieron que los Kirchner sembraran vientos y cosecharan tempestades en estos años. Por eso, ahora que los índices de popularidad de la presidenta y del ex presidente están por el suelo, la oposición se siente envalentonada con la ya no tan improbable oportunidad de arrebatarles las mayorías parlamentarias en la Cámara de Diputados y el Senado.

Un ejemplo de este clima de guerra tribal es lo que le dijo a GARA un asesor del vicepresidente Julio Cobos, antiguo aliado y ahora duro opositor a su presidenta, tras el brutal conflicto con los productores agropecuarios. «El que va a gobernar es el Congreso», aseguró pidiendo anonimato. «Va a haber una lista de temas consensuados entre la oposición y se buscará imponerlos en el Parlamento», aseguró.

Tras la crisis con los ruralistas, el Gobierno vio cómo su holgada mayoría en el Congreso se convertía en exigua por la fuga de varios legisladores que no quisieron ser parte de un conflicto político que sacudió al país durante cuatro meses, y en el que los Kirchner provocaron con su actitud tal rechazo que lograron un milagro hasta ahora jamás visto por estas pampas: unir en la lucha a los pequeños productores con los grandes terratenientes.

A pesar de la fuga de leales, el Ejecutivo pudo convertir en ley los principales proyectos enviados al Congreso, solamente que de forma más ajustada. Hasta ahora. Los grupos opositores -tal vez unidos más por el espanto que por el amor- vienen trabajando desde hace meses en armar un polo de poder alternativo, y su idea es torcerle el brazo a los Kirchner en varios temas clave en materia judicial, impositiva y económica.

La pregunta que comienza a circular entre el establishment político y económico es si los Kirchner podrán tolerar este cambio en la relación de fuerzas, en el caso de que la oposición lo consiga en junio. Es un secreto a voces que estuvieron a punto de renunciar luego de que el vicepresidente votara en contra del aumento a los impuestos a los agricultores, lo que puso punto final a la tragicómicamente denominada «guerra gaucha».

¿Un batacazo electoral opositor los tentaría con abandonar el poder? «No los van a dejar renunciar. El Parlamento rechazará la renuncia y le va a obligar a gobernar en minoría», aseguró el asesor y ex senador.

Cristina Fernández se convertiría en ese escenario en una virtual primer ministra que de facto debería buscar la aprobación constante del Parlamento. Pero ese no es el único signo por el cual la presidenta parece estar viviendo en cualquier sistema menos el presidencialista.

Es que la presencia de Kirchner como jefe político es ya tan indisimulada, su alto perfil y su influencia en la toma de decisiones cobró tal notoriedad, que su esposa parece estar cumpliendo meramente el rol de jefa de Estado reservado para los regímenes parlamentarios o, al menos, como el semipresidencialismo francés, siendo ella la que viaja por el exterior y realiza los anuncios de las medidas más trascendentes, mientras su marido aparece como un primer ministro que hace y deshace en la gestión cotidiana.

Kirchner, candidato. Las encuestas, a 50 días de la elección, indican que les será difícil mantener el control del Parlamento. Por eso, Kirchner decidió adelantar 4 meses las elecciones e, incluso, lanzarse a sí mismo a la carrera electoral. Será quien encabece la lista de diputados de la gigantesca y siempre afín al peronismo provincia de Buenos Aires, con un peso cuantitativo notable en la Cámara baja.

La desesperación de ver cómo los sondeos no reflejan lo que para él debería generar su nombre en la papeleta hizo que el ex presidente terminara obligando al gobernador de Buenos Aires y a los intendentes de los suburbios de la Capital Federal (quienes tienen el verdadero poder territorial para atraer votos) a que también sean candidatos, en lo que se denominó insólitamente «listas testimoniales». Entonces, varios funcionarios con cargos Ejecutivos «regalan» su nombre en una papeleta para ayudar a juntar votos, pero advirtiendo de que no asumirán los cargos ni renunciarán a los que ostentan.

En tanto, una oposición balcanizada en todo el país busca su turno para revitalizarse. A pesar de las diferencias en cada provincia, se vislumbran dos grandes polos que enfrentan a los Kirchner: la alianza progresista entre la tradicional Unión Cívica Radical, con la nueva agrupación Coalición Cívica y el viejo pero poco influyente Partido Socialista, por un lado. Por el otro, un acuerdo entre el peronismo opositor a Kirchner con el partido de derecha liberal PRO, que gobierna la Capital Federal y tiene al ex presidente del equipo Boca Juniors, Mauricio Macri, como líder.

«La madre de todas las batallas es Buenos Aires. No importa qué número tengamos finalmente en el Congreso, lo importante es ganar. Esta pelea no es de forma, es de fondo. Nosotros nos enfrentamos a los grupos económicos concentrados», dijo a GARA un ministro muy cercano a Kirchner.

Parece una cita hecha a medida para demostrar el desfase de lo que el Gobierno cree (o quiere hacer creer) que es y lo que en realidad fue y es. Al ministro se le olvidó explicar cómo justificaría este Gobierno -autodenominado «popular y progresista»- que la distribución de la riqueza este año alcanzara los niveles cuasi africanos de la década neoliberal pasada.

Según un informe de la consultora Equis, el 10% más rico gana aquí casi 29 veces más que el 10% más pobre, mientras que la pobreza rondea el 35% según cifras oficiales (las privadas lo elevan). La inflación de los alimentos desde 2007 ha sido la más alta de los últimos 20 años. Y por si fuera poco, cerca del 40% de los trabajadores no cuenta con cobertura social ni legal. Aunque fue el Gobierno que generó más riqueza que nunca en la historia del país -la economía creció durante cinco años a tasas de entre el 8 y 9%-, el bienestar no llegó para todos.

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