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Fede de los Ríos

Txuunta, txuunta, tatxuntatatxuntataxuntataxunn... Fíííu, Fíííu

Tatúense el toro de Osborne en la nalga. Veneren o hagan con sus símbolos lo que les pida el cuerpo. Pero entiendan de una vez que hay humanos a los que sus símbolos, lejos de agradar, les producen una sensación que oscila entre la risa y el hastío

Comenzó el himno, «¡Viva España!/ alzad los brazos/ hijos del pueblo español/ que vuelve a resurgir...». Y los pretendidos hijos resurgieron esta vez huerfanicos profiriendo silbas y abucheos dirigidos al himno y a la presencia de los Borbones. Esto ocurría en el espacio de lo real al tiempo que el virtual, producido por la Televisión Española, enmudecía como por ensalmo. Es la democracia a la española, una realidad ilusoria. Una pretendida ópera bufa sin gracia.

Los únicos que alzaron sus brazos fueron los monarcas. Él, el derecho; ella, el izquierdo, al tiempo que agitaban sus manos en ademán de saludar a quienes les silbaban. Sus melifluas sonrisas describían por sí solas la situación. Aquellos que resurgían portando senyeras e ikurriñas no parecían hijos del pueblo español ni su comportamiento era el propio de los súbditos un rey.

En auxilio de sus graciosas majestades, prestos al quite, acudieron los palanganeros oficiales. Por la cuadrilla del PSOE, la flamante vicepresidenta Mª Teresa Fernández apeló al socorrido «no hay que mezclar política y deporte». Qué cinismo gasta la de «Vogue». Sin rubor alguno, afirma que la Corona y el resto de los símbolos nacionales son respetados por todos los españoles. Por el PP, Rajoy, de adelantado mentón, afirma que la gran mayoría de los españoles están con el rey, con España y con el himno nacional. Mayor Oreja, profundamente apenado, dice que ha sido un acto antiespañol y antieuropeo.

Quizás no leyeron una gran pancarta desplegada en el estadio que decía «We are nations of Europe, Good Bye Spain» (somos naciones de Europa, adiós España). Va a resultar que los catalanes y vascos que silbaban a la Corona y al resto de símbolos españoles no es sólo que no se sienten españoles sino que para ellos esa estructura estatal llamada España ha devenido en corsé asfixiante de sus deseos de soberanía. ¿No pueden entender que su obsesiva pesadilla de que España se rompe, que incluso su enfermizo nacionalismo les hace compartir Gobierno, cada vez acrecienta más el que sea un sueño deseado por muchos?

Quédense con su himno -«Gloria a la Patria/ que supo seguir/ sobre el azul del mar/ encaminar del sol»- y con todos los poemas de Pemán; con su monarquía y todos los grandes de España; con su Conferencia Episcopal, la COPE, la Guardia Civil y los niños de San Ildefonso y, sigan cantando «Triunfa España/ los yunques y las ruedas/ cantan al compás/ del himno de la fe» con Manolo el del bombo, la tuna y Cañita Brava; admiren el Valle de los Caídos y el Escorial; diviértanse con cine de barrio viendo a Paco Martínez Soria y con Eurovisión; desfilen el doce de octubre celebrando el día de la raza y excítense con la visión de la cabra y apuestos legionarios. Tatúense el toro de Osborne en la nalga. Veneren o hagan con sus símbolos lo que les pida el cuerpo. Pero entiendan de una vez que hay humanos a los que sus símbolos, lejos de agradar, les producen una sensación que oscila entre la risa y el hastío. Cuando dos no se soportan, lo mejor es separarse civilizadamente.

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