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Raimundo Fitero

Los mimos

He sentido un pellizco en una parte muy profunda de mi masa encefálica al conocer la muerte de Carlos Castilla del Pino, un gran escritor, un investigador clínico, un comprometido intelectual que nos enseñó muchas cosas en los tiempos en que todavía existía la necesidad de aprender, de formarse, de descubrir cosas que no vinieran empaquetadas y pasteurizadas. Este siquiatra escribió mucho y bien sobre la depresión y todos aquellos que hemos tenido que andar con las muletas del prozac u otros productos químicos sabemos que hay cosas que no se quitan con mimos, sino con un trabajo interior muy profundo y unas fuertes dosis de coyunturales abrazos sociales, personales, políticos, económicos y medio ambientales. Formamos parte de un único mundo, de un micro espacio que se expande por el espacio todo y por ahí circulan nuestros pensamientos y nuestras acciones.

Sin mimos, sin caricias, sin comprensión nos volvemos más metalizados, más solitarios, más ausentes. Pero aseguran los especialistas que el exceso de mimo, la sobreprotección tampoco tiene efectos demasiado buenos para la salud mental y para la evolución de los seres en formación. Contemplando algunos programas de televisión llegamos a estas conclusiones, pero quizás por el camino de los rebotes astrales, no porque podamos encontrar una vía directa de aplicación a estas teorías de baja calidad. ¿Qué demostrarían los programas de confesiones personales, los del corazón y algunos documentales? Pues ni una cosa ni la otra. O ambas.

Lo que sí ha sorprendido por su celebración y por su repercusión mediática ha sido la reacción de la afición del Athletic con sus jugadores, con sus cachorros. Si se empieza a dar mimos continuados por perder, si se celebra una derrota con honores de victoria es la manera más directa para hacer un equipo entreguista, conformista y reservón. Está muy bien saber perder, pero no es malo entrenarse para ganar, para saber que lo importante es participar, pero para intentar ganar, no para aplaudir siempre al contrario. Los mimos excesivos pueden convertir al equipo en un grupo de consentidos sin una noción clara de su responsabilidad.

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