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Crisis política y económica se funden en Europa mientras surgen, y se cercenan, alternativas

La caída del Muro de Berlín hace ahora veinte años supuso, entre otras cosas, la desaparición de un freno ideológico que durante medio siglo obligó a las potencias occidentales a mantener cierto grado de contención en sus ansias depredadoras, por así decirlo. A travésde la intervención estatal y del denominado Estado de Bienestar el capitalismo «dulcificó» su naturaleza, no tanto por convicciones éticas o políticas como por la necesidad de poner topes a las ansias de emancipación y justicia social que de manera efervescente se generaban dentro de sus sociedades, siempre con la mirada puesta en la alternativa real al otro lado del muro. Evidentemente, los ricos seguían siendo más ricos y los pobres permanecían pobres en su mayoría, una gran masa social que de hecho alcanzaba a la mayoría absoluta de la población mundial. Pero el falso dogma de la movilidad social -el «sueño americano», la posibilidad de progresar y cambiar de clase social a través del mérito y del esfuerzo- se implantó en la mentalidad occidental. La socialdemocracia europea, que mezclando argumentos pragmáticos e ideológicos jugó a no alinearse ni con Dios ni con el Diablo, pronto pasó a convertirse en el muro de contención de esas ansias. Siendo sinceros, el socialismo real tampoco ayudó y la experiencia de los países no alineados no cuajó.

Así, al neoconservadurismo instaurado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher le sucedieron la «tercera vía» promovida por Bill Clinton y Tony Blair. La historia se daba por concluida, aunque el horizonte real al que se dirigía ese sistema fuese más bien el fin de la Humanidad.

Resumiendo mucho, la suma de esos fenómenos políticos -la caída del Bloque soviético, el alza de los neoconservadores y la degeneración de la izquierda institucional-, junto al esquema de dominación atlantista ligado al peso de la industria armamentista y a una economía basada en el modelo especulativo de las finanzas, crearon, entre otros factores, las condiciones básicas que han derivado en la actual crisis política y económica. En el contexto europeo en el que se sitúa Euskal Herria esa crisis tiene características propias.

Subordinación, crisis y alternativas

Europa se ha construido en parámetros de subordinación al proyecto de dominación atlántica liderado por EEUU. Ese modelo se ha llevado al máximo, también en términos económicos, a pesar de la resistencia social al mismo. Ése es el modelo que está en crisis ahora.

La alternativa no pasa por cambiar de dirección, por refundar el capitalismo o restablecer el papel de los estados. A pesar de la obscena financiación de la banca con dinero público, es cierto que en términos generales la dirección de la política económica ha variado, que se ha revertido la tendencia autodestructiva hacia la total liberalización del sistema y que el modelo basado en las finanzas -antónimo precisamente de Economía- ha fracasado. Pero los cambios han de ser estructurales para que esa alternativa pueda ser considerada tal.

No es ésa la perspectiva de los gobiernos de nuestro entorno, y es por ello necesario empujar con todas las fuerzas hacia un cambio de modelo en términos estructurales. Ésa es, en concreto, la causa de la huelga general convocada por las centrales abertzales para este jueves.

Potencialidades, topes y democracia

A la crisis continental hay que sumarle el desarrollo político de los diferentes estados de la UE: las consecuencias socioeconómicas padecidas por los países de Europa Central y del Este por aplicar las recomendaciones del FMI, la fascistización de Italia, el hundimiento del Tigre Celta en Irlanda, la más que probable debacle laborista en Gran Bretaña, los sucesos de Grecia... Sin embargo, en ese mismo contexto, varias alternativas políticas se han ido conformando en muchos de esos países bajo el denominador común de su oposición al modelo capitalista.

Pero, en este terreno también, Spain is different. Mientras en el resto de Europa las candidaturas anticapitalistas son consideradas un soplo de aire fresco que viene a renovar la izquierda -como en el caso de Olivier Besancenot en el Estado francés, Die Linke en Alemania o un Sinn Féin que logró paralizar el Tratado de Lisboa,- en el Estado español una de esas candidaturas ha pasado a engrosar de momento la larga lista de organismos políticos ilegalizados. La política del Estado contra los vascos da así un nuevo salto y pasa a incluir a «los amigos de los vascos».

Los elementos que en la transición española se plantearon como potencialidades, tan sólo condicionadas por el poder del Ejército posfranquista en aquel momento -potencialidades que dibujaban un camino teórico desde el Estado de las autonomías hacia el federalismo o incluso la autodeterminación, del Estado aconfesional al laicismo, de la monarquía parlamentaria hacia el republicanismo..., han pasado a convertirse en los topes fijados políticamente por PP y PSOE, con la inestimable ayuda de IU. Límites a partir de los que se ha establecido una involución democrática sin parangón en Europa. Es la discrepancia y la alternativa lo que se ilegaliza y proscribe en el Estado español, tanto en lo nacional como en lo socioeconómico. Sin embargo, la resistencia a esa imposición tiene hondas raíces políticas a las que agarrarse.

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