Martin Garitano Periodista
Elogio de la ignorancia
Hay personajes en la política vasca que, si no existieran, habría que inventarlos. Son los que ponen negro sobre blanco las verdades que otros tratan de maquillar a toda costa. Gentes sin complejos, con la sinceridad de los niños, que no entienden de circunloquios ni admiten medias tintas en el discurso público. Jaime Mayor Oreja es uno de ellos.
Franquista de tomo y lomo no denigra su complicidad con la tiranía que duró cuatro décadas y asesinó a decenas de miles de personas. Lejos de esconderse, habló alto y claro al describir el franquismo como aquel tiempo que se vivió con «extraordinaria placidez». En su caso, no mentía ni exageraba.
Tampoco ha disimulado nunca su fobia hacia la lengua vasca. El destino del euskara, piensa Jaime, se reduce a la biblioteca de Euskaltzaindia, si es que Euskaltzaindia tiene futuro en el país que imagina.
La cosa, además, le viene de herencia. Ahora ha referido cómo le fue inoculada esta particular fobia: «Mi bisabuelo, amigo de Sabino Arana, prohibió hablar en vasco en casa para que se hablara bien español, para que sus hijos no se encerrasen en el granero».
La sinceridad no está, además, reñida con el reconocimiento de las propias carencias. El bisabuelo de Jaime Mayor Oreja, médico de Ibarrangelua, debía conocer bien las limitaciones de sus vástagos. Los sabía incapaces de hablar con corrección dos lenguas, como quien es incapaz de hacer dos cosas a la vez -como orinar y silbar, por ejemplo- y decidió desterrar el euskara, una lengua primitiva que no permitía el acceso al conocimiento universal.
Jaime Mayor, digno bisnieto, tampoco se preocupó por aprenderlo. Menos aún que sus hijos lo hicieran. Además, en los tiempos de la extraordinaria placidez no era mérito que el Régimen reconociese.
Hoy, Jaime Mayor Oreja habla castellano con corrección y se muestra orgulloso de su ignorancia en la lengua de la tierra que le vio nacer y que tanto dice amar.
El elogio de la ignorancia fluye con naturalidad en el discurso de Jaime. En castellano, por supuesto. Tal vez desconozca que otros muchos bisabuelos transmitieron a sus descendientes la lengua propia y que hoy hablamos por lo menos dos idiomas. Y con corrección, claro. Jaime, no. Su bisabuelo sabía lo que se hacía.