Batalla perdida, guerra abierta
La declaración en la que los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (LTTE) hacen pública su decisión de «silenciar las armas para eliminar la última débil excusa para matar a nuestro pueblo» es, además de un movimiento esperado por la situación de sitio en la que se encontraban durante las últimas semanas sus guerrilleros y la descompensación total de las fuerzas en liza, todo un alegato político sobre la fragilidad de la comunidad internacional como garante de los derechos humanos. Tal y como han señalado varios analistas, el hecho de que un grupo armado como los Tigres muestre más responsabilidad ante un genocidio que la comunidad internacional al completo es un síntoma inequívoco de la situación en la que se encuentra el mundo a día de hoy.
El Gobierno cingalés ha violado la legislación internacional y todos los pactos referidos al derecho humanitario. Así lo han denunciado no sólo organismos de derechos humanos, sino la ONU y diferentes países. En su ofensiva contra los tamiles, a la humillación y a la discriminación sistemática que ha sido política oficial de Sri Lanka para con esa etnia durante décadas, se han sumado algunas de las mayores aberraciones que se pueden dar en una guerra: torturas, guerra química, internamientos masivos, bombardeos contra objetivos civiles... No cabe olvidar, asimismo, que esa estrategia no se limita a la población tamil y que ya supuso la muerte de un periodista crítico con el Gobierno el pasado enero, por ejemplo. Cada vez son más las voces que exigen que su presidente, Mahinda Rajapaksa, sea juzgado por genocidio y crímenes de lesa humanidad. Las pruebas de su criminal proceder comienzan a surgir con fuerza de la mano de la potente diáspora tamil.
La experiencia de Sri Lanka demuestra que sí es cierto que un grupo armado como LTTE puede ser vencido en una «batalla final», como le gusta decir a Rajapaksa. La letra pequeña de esa sentencia es que para lograrlo es necesario subyugar y casi exterminar a todo un pueblo. También hay que advertir que, lamentablemente, la manera en la que Sri Lanka ha ganado esta batalla deja la guerra abierta para futuras generaciones.