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El espíritu de Castañeda y Etxeberria

Ramón SOLA

Para encontrar una situación tan abocada a la épica como la que Osasuna debe encarar en este final de Liga hay que irse nada menos que hasta 1983. Aquel 1 de mayo, los rojillos se jugaron la continuidad en Primera en El Sadar, en el último partido y contra el Barcelona, como tendrá que hacer ahora por partida doble: el 23 ó 24 en el Camp Nou, y el 31 en Iruñea contra el Real Madrid. No va más.

Aquel no era un Barça menor, era el equipo de Maradona y de Schuster. Pero las motivaciones de cada club resultaban muy similares a las actuales. Los catalanes, tras una temporada gris, sólo se jugaban alcanzar el segundo puesto (el primero sería para el Athletic). Para Osasuna, el dilema era mucho más sencillo: no ganar suponía retornar a Segunda División tres años después.

El domingo anterior no hubo jornada, así que el encuentro estuvo precedido de dos semanas de agónica espera. Aunque Osasuna se había hecho fuerte en casa en la segunda vuelta -otro paralelismo con este año-, el Barcelona llegaba con todo, y superarlo se suponía un reto casi heróico.

Aquella tarde, como 26 años después, los rojillos contaban con el apoyo añadido de su jugador número 12, aunque ahora ya no haga falta abarrotar el campo una hora antes para coger sitio. Los onces sí que mostraban cómo ha cambiado el fútbol en todos estos años. Nueve de los once rojillos eran de casa: Barandika, Purroy, Lekunberri, Bayona, Lumbreras, Rípodas, Etxeberria, Julio y Martín. Y los dos restantes -los madrileños Macua y Castañeda- no tenían nada que envidiarles en garra. El Barça alineó toda su galaxia de estrellas: Urruti, Sánchez, Migueli, Alexanco, Julio Alberto, Alonso, Schuster, Víctor, Marcos, Maradona y Carrasco.

La motivación decantó el resultado. Etxebe marcó el 1-0 mediada la primera parte, y Osasuna mordió hasta el final, con un marcaje de Castañeda a Maradona que pasó a la historia y hasta fue felicitado por el astro argentino. Tras aquella salvación imposible, Osasuna todavía estaría diez años más en Primera. Concentración, entrega y sacrificio hicieron posible el milagro.

Ha pasado un cuarto de siglo, pero sigue sin haber otra receta que ésta. Algo de eso, sin llegar a aquel 1 de mayo de 1983, se percibió el sábado ante el Sevilla, después de cinco tardes que han sido un recital desesperante de apatías flagrantes, desconcentraciones clamorosas, patadas a destiempo y excusas posteriores de mal perdedor. Puede ser el punto de inflexión hacia el milagro.

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