Primer revés de la cineasta iraní Samira Makhmalbaf, debido a la excesiva dependencia de una obra hecha exclusivamente para su salida al exterior a través de los festivales internacionales. No es un caso aislado, puesto que toda su familia, tras el feliz debut de la hermana pequeña Hana con «Buda explotó por vergüenza», vive rodando en el exilio y viajando de festival en festival. En contra de la idea establecida sobre la teoría de que la necesidad incentiva la creación artística, «El caballo de dos piernas» es un claro ejemplo de que a veces las limitaciones de un rodaje acaban por reflejarse en el montaje final de la película. A esas cortapisas se suma el encasillamiento al que se ven abocadas las películas iraníes, al convertir en marca de estilo un tipo de narrativa austera, protagonizada por actores no profesionales, de la que se llega a abusar. Así «El caballo de dos piernas» convierte en defectos lo que en origen eran virtudes, debido a una tendencia reiterativa. Es cierto que Samira Makhamalbaf ve cumplido su objetivo, obteniendo el Premio Especial del Jurado en el Donostia Zinemaldia, pero para el espectador puede hacerse insoportable a fuerza de escenas que se repiten hasta la saciedad, ante la negativa a utilizar la elipsis. La insistencia en determinadas situaciones no hace sino subrayar en exceso el mensaje de la película acerca de la pervivencia de la esclavitud.