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La huelga que hizo sonar al silencio

En ocasiones el silencio alcanza un volumen ensordecedor. Ayer, la huelga general convocada por la mayoría sindical dejó a Euskal Herria, al menos a una parte significativa, en el silencio de la inactividad. Un silencio buscado, imprescindible para hacer sonar alta y clara la reivindicación de un nuevo modelo económico alternativo al capitalismo neoliberal que lleva camino de condenar a esta sociedad a niveles de desigualdad y pobreza sin precedentes cercanos en el tiempo.

Es innegable que la incidencia de la huelga no fue uniforme. Como es habitual en estos casos, las cifras de seguimiento se movieron en una horquilla abismal según las fuentes que las facilitaban. Precisamente esa batalla incruenta pero fundamental de los porcentajes consiguió retratar en alta definición a los actores interesados: por un lado las centrales sindicales convocantes, que se felicitaron por el respaldo de la convocatoria; por otro, la patronal, que habló de normalidad absoluta. Y, finalmente, el Gobierno de Patxi López, que, con todas sus baterías, no dudó en alinearse con el empresariado. Lo había hecho antes al tachar de «política» la huelga en un intento baldío por desactivarla, después al dictar unos servicios mínimos nunca antes conocidos, y lo hizo ayer al despreciar lo evidente: una gran parte de la sociedad vasca optó por parar, por el silencio atronador que tanto López como Sanz trataron de quebrar con ruido de sables. Los cuerpos de seguridad del Estado salieron a la calle en cantidad nunca antes conocida bajo la pretendida misión de garantizar el derecho al trabajo, pero con una consigna diferente y muy clara: impedir mediante la violencia el derecho de información de los piquetes.

Con su gestión de la huelga, López se desnuda: anhela un modelo sindical mayoritario como el que hoy disfrutan UPN y PSN en Nafarroa, un modelo clientelista en el que UGT y CCOO hace tiempo que abandonaron toda estrategia de confrontación y renunciaron a gran parte de sus recursos más valiosos a la hora de defender a la clase trabajadora. Y todo en aras de una falsa paz social que, en estos tiempos de ERE, paro y miseria, es lo más cercano a la obscenidad. Alineándose sin fisuras con la patronal, López ha descubierto sus cartas en la primera mano, pero la partida promete ser larga, tan larga como la crisis.

Pero si algo certificó ayer la jornada de huelga es que, a pesar de las pretensiones de la patronal y los deseos de los gobiernos de Lakua e Iruñea, la sociedad vasca tiene caudal de conciencia más que suficiente para liderar un cambio profundo y en un plazo razonable. El paro fue solamente el primer paso, y debería ser el comienzo de una dinámica de confluencia de fuerzas que lidere el anhelo de cambio de una sociedad hoy más esperanzada que anteayer.

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