Con Luis Beroiz desaparece algo más que un «padre coraje» para los jóvenes represaliados
R.S. |
Luis Beroiz falleció ayer tras una larga enfermedad, pero con la conciencia muy tranquila. Atrás queda una larga lucha contra la impunidad policial que ha monopolizado sus últimos años.
Beroiz había nacido en Agoitz en 1943, y se afincó en Galdakao. Pero su vida cambió, o mejor la cambiaron, en el año 2002. Hace unos meses, cuando presentó en Iruñea su libro ``Entre ceja y ceja'', explicaba así el dilema en el que se vio envuelto tras la detención de su hijo Andoni: «Cuando llegas a la evidencia de la tortura, hay varias opciones: callarte como un muerto, rezar, rumiar tú solo lo que te sucede, pedir perdón... o también ahuyentar fantasmas y lanzarse a espolvorearlo y difundirlo». «La elección es fácil», concluía.
Sus últimos años no los ha podido dedicar por tanto a coger setas -como ironizaba con la sorna amarga que impregnaba sus escritos-, sino a denunciar, denunciar y denunciar. También medio en serio y medio en broma, decía esperar que alguien «me meta una querella y me lleven a la cárcel», pero no fue así por una razón evidente: sabían que decía la verdad.
En cualquier otro sitio, Beroiz habría sido aclamado como un «padre coraje», pero en Euskal Herria su denuncia del caso de Andoni no alcanzó categoría de escándalo mediático ni siquiera el día en que el Ararteko admitió que había sufrido una acusación falsa. Para Luis, ése pudo ser un triunfo momentáneo, pero de ningún modo un punto final: quedaba el resto de detenidos e incomunicados en aquella macrorredada y en otras muchas similares, y quedan todas las víctimas silenciosas de la tortura.
Inconfundible
Beroiz recurrió a la escritura y terminó patentando un estilo inconfundible por su claridad. Interpelaba a los responsables políticos de estos casos (el famoso burukide) y en su libro se metió en la piel de un torturador. ``Entre ceja y ceja'' (Editorial Txalaparta) es una de esas historias reales en que la realidad supera a la ficción. Como el caso de su hijo, absuelto ya en siete procesos judiciales en los que el fiscal pedía 91 años de cárcel contra él. Ahí se narran el paso por comisaría, la prisión, los intentos de imputarle un sabotaje en Galdakao una noche en que la propia Ertzaintza sabía que estaba en Zuia, el amago de linchamiento tras el 11-M, el accidente brutal sufrido por Andoni en un trasldo a la Audiencia, o el siniestro sufrido por él mismo cuando iba a una visita.
Sus familiares y amigos le lloran hoy en Galdakao y en su localidad natal de Agoitz. También los pelotazales con los que compartió muchas horas de canchas. Y sobre todo los jóvenes indefensos ante policías y jueces, a quienes sacó la cara aun a riesgo de que se la partieran.